sábado, 20 de octubre de 2018

¡Aquella boda musulmana a la que fuimos invitados!

Ricardo en la “presentación” de un hijo de Mustafá Faradi con familiares y amigos (Foto facilitada por Ben Hogde)
Ricardo en la “presentación” de un hijo de Mustafá Faradi con
familiares y amigos (Foto facilitada por Ben Hogde)
Los días se deslizaban lenta, calladamente, en las últimas semanas del mes de diciembre de 1961; por primera vez muchos (casi todos) de nosotros íbamos a pasar las Navidades, la Nochevieja y el primer día de 1962, fuera de nuestros hogares, en una “morada” común para los policías destinados en el Grupo Mixto de Ifni. El jefe interino (comandante Guerra) empaquetaba sus pertenencias personales (devolvía la pistola que pidió tras los sucesos del 27 de agosto) y se iba de la Oficina de Autos, así como de la jefatura de la Unidad, de forma silenciosa, haciendo “mutis por el foro”, como se dice en el argot teatral. Llegaba, tras su permiso colonial y con la estrella de ocho puntas el que se fue como capitán en el verano pasado (Don Manuel Castilla Ortega), una incógnita para mi tras aquellos meses (¿Continuaría en mi puesto? ¿Me relevaría?)... Con más “mili que un machete”, como vulgarmente se decía en el idioma cuartelero, no temía perder las prebendas y ser trasladado a otra Unidad de tipo operativo, sino cortar las relaciones externas que había ido creando junto con mi querido amigo Ricardo Sacristán, futuro ingeniero industrial, destinado en la oficina de Obras Públicas como “ayudante” del comandante Lafuente en labores técnicas.
Es posible que en aquellos lejanos tiempos aún no se habían “inventado” las enfermedades que hoy soporta la mayoría de la sociedad española: la ansiedad y la depresión. Nosotros habíamos superado el “bache” que en el mes de octubre supuso que nos degradaran de cabo segundo a soldado raso (Comandante Mena), las dos o tres semanas de arresto consistente en acudir todos los días a las seis (recién amanecido) a pasar revista de armas y uniforme con el oficial de servicio en la Compañía Local, a no salir a la calle en las horas de paseo durante esas semanas y a tener que “aguantar” con buena cara a tu jefe (comandante Guerra) que te metió en la estacada por la que te arrestaron y fue incapaz de defenderme ante la humillante escena desarrollada en su presencia.
En esta foto rotulada por Ricardo se ve el área por la que nos movíamos desde el Grupo Mixto: Oficina de Obras Públicas, Hotel España e Iglesia. Lo de “faro antiguo”, Mar y Cielo es un plus descriptivo propio de los ingenieros que no dejan nada al azar.
En esta foto rotulada por Ricardo se ve el área por la que nos movíamos desde el Grupo Mixto:
Oficina de Obras Públicas, Hotel España e Iglesia. Lo de “faro antiguo”, Mar y Cielo
es un plus descriptivo propio de los ingenieros que no dejan nada al azar.
Si no podía salir a las horas de paseo (por la tarde) lo hacía por las mañanas, tanto para desplazarme al Juzgado Territorial a requerimientos del Juez, Don Luis Felipe González Cerezal, como a la oficina de Obras Públicas en la que como he dicho estaba destinado mi querido amigo Ricardo Sacristán Castroviejo (otro de los “degradados” por el efecto dominó de mi “caída a los infiernos”). En esa oficina trabajaba un nativo de raza negra (¡Fuera esa paparruchada de subsahariano! ¡Las cosas por su nombre!) llamado Mustafá Faradi. Era un joven algo mayor que nosotros, casado y con hijos, muy inteligente, gran conversador y eficiente funcionario muy apreciado (por lo que vi) en aquellas oficinas. Había hecho una bonita relación de amistad con Ricardo, hasta el punto de invitarle a su domicilio con motivo de la celebración de la “presentación en sociedad” de un nuevo hijo (me parece que es el actual pintor Rachid), una especie de “bautizo” por la vía coránica.
Mustafá que además de sus labores en Obras Públicas desempeñaba un “pluriempleo” consistente en ir casa por casa para leer el contador de la luz (los consumos que se facturarían) me enseñó un más que curioso cometido que realizaba en la Oficina: fotocopiar documentos y planos cuando faltaban muchos años para que se inventaran las fotocopiadoras. Me explico: se metía el documento que se deseaba reproducir en un “estuche” de madera con tapadera de cristal; dentro iba el papel especial y los líquidos para impregnar. Se subía el armatoste a la terraza de la oficina con el cristal hacia el sol, y el calor obraba el milagro. A nosotros nos hicieron un centenar de felicitaciones navideñas escritas en árabe por Mustafá.
“Obra” de Ricardo y Mustafá. El color se lo pusimos después, con pintura titanlux (Traducido parece ser que pone FELIZ NAVIDAD 1961)
“Obra” de Ricardo y Mustafá. El color se lo pusimos después, con
pintura titanlux (Traducido parece ser que pone FELIZ NAVIDAD 1961)
Esta relación entre nativo y europeos se fue consolidando. De esta forma, el día 31 de diciembre de 1961, por la mañana, sin actividad alguna en el Grupo dada la fecha que además coincidió en domingo, acudió Mustafá al Cuartel con otro amigo musulmán (este árabe o bereber) para hacernos un té moruno y charlar de lo divino y lo humano. El encuentro se hizo en la habitación reservada que para cuatro cabos (Ricardo, Jaime, Alfonso y yo mismo) ubicada dentro de los dormitorios comunales. En un hornillo eléctrico que nos habíamos agenciado en el Zoco nos elaboraron un delicioso té, siguiendo todo el ritual ortodoxo que lo hace, si cabe, más bueno y sustancioso tanto para el cuerpo como para el espíritu. Pertenecían ambos invitados a un selecto grupo de nativos que habían estudiado en la Península o Canarias. No viene al caso en esta narración lo que se habló (lo tengo todo recogido letra por letra en mi diario) sobre todo respecto a lo relativo al estatus de la mujer musulmana. Por el contrario, he de poner de relieve que aquella mañana quedó realizada en firme una invitación para asistir a una boda musulmana de un amigo de ellos que trabajaba como conductor de camión para el Gobierno en el vecino Sahara. El emplazamiento era para el viernes 12 de enero de 1962, por la noche. Como en esa fecha ya no estaría el comandante Guerra del que era sencillo para mi obtener el permiso, el problema estribaba en saber si el comandante Castilla accedería a tan insólita petición, recién “aterrizado” en Sidi Ifni, realizada por un subordinado del que hacía tantos meses estaba desvinculado “ID EST QUAESTIO” (esa es la cuestión)
Aquel primitivo proyecto, fructificó. Ricardo y Alfonso jugando al ajedrez en nuestro “Hogar del Soldado” del Grupo Mixto (Foto de Ricardo Sacristán)
Aquel primitivo proyecto, fructificó. Ricardo y Alfonso jugando al ajedrez
en nuestro “Hogar del Soldado” del Grupo Mixto (Foto de Ricardo Sacristán)
El jueves 4 de enero, estando en la oficina de Autos dedicado a la placentera tarea de escribir unas cartas a familiares y amigos, irrumpe en la estancia el comandante Castilla. Me pongo en pie, firmes, de un ágil salto, a la espera de sus órdenes. El monologo no es demasiado largo: se puede resumir en que me confirma en el puesto o destino que desempeño (dice tener buenas referencias mías que confirman sus impresiones del tiempo en que permanecí a su lado antes de irse de permiso colonial); me explica que tiene conocimiento de que el sargento de la Oficina se irá en breve con permiso (colonial) y me interroga para que le diga si me creo capaz de llevar Autos y Tráfico (el papeleo) yo solo, pues no tiene sustituto idóneo para Fortes. Añade que piensa realizar importantes obras en el Cuartel para remodelar dormitorios, aseos, comedor de tropa, biblioteca, salón-hogar del soldado, cocina, y cantina, por lo que a las Oficinas tendrá él que sustraerles tiempo de dedicación ya que además debe reintegrarse a sus cargos de director del semanario AOE y Delegado Provincial de Deportes. Mi respuesta afirmativa, serena y comprometida le debió convencer pues, con su seriedad característica (no exenta de empatía) dio media vuelta y se marchó.
Ricardo, Jaime y este narrador: “Los Reyes Magos” del Grupo Mixto.
Ricardo, Jaime y este narrador: “Los Reyes Magos” del Grupo Mixto.
Ricardo, Jaime y este narrador: “Los Reyes Magos” del Grupo Mixto.
Ricardo, Jaime y este narrador:
“Los Reyes Magos” del Grupo Mixto.
El sábado 6 de Enero, festividad de los Reyes Magos, los compañeros “cabos degradados” pero con funciones de cabo y ocupantes de habitación aparte de la tropa, con el buen humor y espíritu españolísimo que nos caracterizaba, nos disfrazados de “reyes”, con las más andrajosas vestimentas que pudimos encontrar en el almacén de vestuario a cargo del furriel; recogimos algunos chuscos duros, en la cocina, y algunas piezas de fruta (naranjas) que nos proporcionó Vicente, el cocinero que estaba preparando el desayuno, y nos presentamos en el dormitorio de la Compañía dando grandes voces y causando el consiguiente alboroto para las risas de todos, que iban despertando por el ruido del jolgorio. Hubo muchas fotos (ya había varias máquinas de fotografiar en manos de compañeros) y al desayuno, por ser festivo y no tener la presencia todavía del presunto sargento de semana, fuimos acudiendo con excelente humor.
Pasando la hoja de mi “Diario” veo que el lunes 8 de enero llega a la Oficina, a muy primera hora, el Comandante Castilla. Trae una serie de instrucciones para el sargento Fortes y para mí: hay que solicitar diversos materiales a la Delegación del Gobierno en Las Palmas, para las obras que se van a iniciar rápidamente. Se hará como pedidos del almacén de repuestos (el encargado es mi amigo Alfonso) con cargo a unas partidas presupuestarias que ya están previstas. Redactamos diversos “oficios” reclamando la adquisición de literas metálicas de tres pisos, chapa metálica, unos tableros que se llaman “railite” con el que se forrarán mesas y sillas antiguas, así como las nuevas que elaborarán los carpinteros; nos tienen que enviar grifería, tubo de plomo, sanitarios para los aseos, una pintura inglesa color blanco a la que se añade colorantes contenidos en tubos como de pasta dentífrica para que los pintores den con el color adecuado para cada dependencia... Al final de la mañana queda todo listo para, una vez firmados los oficios por el comandante, enviarlos por conducto ordinario (estafeta) a Las Palmas. Parte del material vendrá en avión y otra parte en el buque “Río Sarela”.
Se marcha el sargento, después de pedir permiso, y me quedo yo con el comandante que quiere dictarme un par de cartas (soy, entre otras cosas, su mecanógrafo; pulcro y rápido, de 400 pulsaciones por minuto), y tras finalizarlas me decido y le pido permiso para ir a la boda musulmana con mi amigo Ricardo. Fundamento la petición en la oportunidad de conocer algo de las costumbres del “pueblo hermano baamarani”, y del ansia de ampliar nuestra cultura... ¡Me concede la autorización!
El miércoles 10 de enero, por la mañana, el comandante Castilla manda formar en el patio del Cuartel a todos los soldados europeos, tanto de la Policía como los destinados en el Estado Mayor, así como a los más de doscientos musulmanes que están adscritos al Grupo Mixto y nos larga un buen discurso, solicitando que la cooperación de todos para que el Grupo continúe siendo modelo para la Guarnición de Ifni, en las obras que se van a emprender para modernizar las dependencias en beneficio de los soldados, aunque a cambio de ello tendremos que soportar diversos inconveniente e incomodidades, siendo las más importantes la supresión de la cocina propia y de los dormitorios (tendremos que alojarnos en un par o tres de cocheras de las que se sacarán los camiones). Además, todos tendremos que colaborar en las obras, aunque sea de peones de albañil si no sabemos hacer otra cosa.
 Una de las cocheras a las que fuimos a parar mientras se remodelaban los dormitorios.
 Una de las cocheras a las que fuimos a parar mientras se remodelaban los dormitorios.
Y sin más preámbulos llegamos al viernes 12 de enero, la esperada fecha en la que íbamos (Ricardo y yo) a adentrarnos en la intimidad de una familia nativa, de religión y costumbres musulmanas, de la mano de nuestro amigo Mustafá Faradi, que nos había dado garantías personales de que no íbamos a pasar ningún peligro (la verdad es que nos importaba un pito, pues no éramos miedosos). Sobre las siete de la tarde (noche cerrada) acudió nuestro amigo a recogernos a la puerta del Cuartel con un taxi (creo que era el único que había en Sidi Ifni), vehículo más que viejo desvencijado, con pocas evicciones de que pudiera trasladarnos de forma satisfactoria pero, como decía Mustafá, a aquellas horas, un musulmán “moreno” vestido de paisano, con dos policías uniformados pero no de servicio, adentrándose por las callejas del barrio que entonces se denominaba CUS-CUS, hubiera llamado mucho la atención y tal vez se nos podían haber puesto inconvenientes por las patrullas de vigilancia, pese a la autorización de nuestro jefe para el desplazamiento.
En pocos minutos estábamos ya en el corazón de aquel barrio, de calles sin asfaltar y sin aceras, carentes de alumbrado eléctrico, ante una de las viviendas donde nos dejó el taxi que se había portado mejor de la esperado.
Una calle parecida a esta es donde estaba la casa a la que íbamos invitados.
Una calle parecida a esta es donde estaba la casa a la que íbamos invitados.
Tras cruzar el umbral de la puerta, donde nos recibió el “novio”, accedimos a un patio débilmente iluminado en cuyo centro había un aljibe, y se podía distinguir (más por el “perfume” que por otra cosa) una cuadra al lado derecho. Entrando en la vivienda propiamente dicha, al frente se hallaba la habitación de los “hombres”, y a la izquierda la de las “mujeres” (no se las veía; solo se oían risas y gritos femeninos); a la puerta de nuestra habitación habían dejado todos sus ocupantes sus babuchas, sandalias o zapatos; nosotros hicimos lo mismo, con nuestras botas militares (íbamos de riguroso uniforme), aunque al no haber tenido en cuenta esta circunstancia tuvimos que pasar por el “sofoco” de que se vieran nuestros calcetines, con agujeros bastante evidentes (nos llamó la atención de que Mustafá no se descalzara).
La estancia no era muy amplia, pero al estar desprovista de mobiliario parecía mayor; el suelo estaba cubierto por una gran estera de esparto y lo circundaban almohadones y pieles de cordero sobre los que nos sentamos todos los invitados (todos moros, solo Ricardo y yo europeos y cristianos). El novio acudió solicito, con su más íntimo amigo como ayudante, portando una especie de palangana; uno la aguantaba y el otro te echaba agua de un jarro para lavarte las manos.
Una “escena” inmortalizando aquella celebración nupcial.
Una "escena” inmortalizando aquella celebración nupcial.
Otra “escena” inmortalizando aquella celebración nupcial.
Otra “escena” inmortalizando aquella celebración nupcial.
Tras el “lavatorio” de todos los presentes (entre 15 y 20) trajeron unas mesitas circulares, cuyas patas tenían un palmo escaso de altura y encima pusieron una gran cazuela de barro, con una tapadera del mismo material con forma de embudo, que contenía el famoso “tallín” de cordero. Se repartió trozos de pan de una hogaza grande, redonda, y todos a comer con las manos, pues no había platos ni cubiertos. Finalizado ese suculento “tallín” (no quedó ni rastro; todos mojamos el pan en la salsa para rebañar la cazuela a conciencia), pasaron un cesto ante los comensales (como el que se pasa en las iglesias solicitando limosna) en el que echar los mendrugos de pan sobrantes (pocos, la verdad), A continuación, como postre, nos sirvieron el “cuscús dulce”, que está hecho de harina, dátiles, pasas y una especie de melaza. Comerlo con las manos (mejor dicho, con la mano derecha, ya que la izquierda se reserva para otros “menesteres” de signo inverso al de comer) era tan molesto, tan pringoso, que los anfitriones nos permitieron (a Ricardo y a mí) utilizar las cucharas que como buenos soldados españoles llevábamos en el bolsillo superior derecho de la guerrera).
Así era, más o menos, aquel “seffa” o cuscús dulce que nos endosaron.
Así era, más o menos, aquel “seffa” o cuscús dulce que nos endosaron.
Finalizado el ágape, se limpiaron las mesitas y trajeron bandejas con los servicios de té; un guitarrista empezó a tocar música oriental y los asistentes (menos mi compañero y yo) le acompañaban con palmadas, tintineo de latas, frotación de una botella de vidrio con estrías, golpeo de hierros y otros “instrumentos” semejantes, logrando un ritmo exótico que siempre bailaba alguien, para lo que se levantaban por turnos, hasta caer visiblemente extenuados por el movimiento del baile, en el que solo se mueve medio cuerpo (el superior o el inferior) y el ritmo creciente de la música que llegaba a convertirse en una especie de galope de un caballo, hasta el éxtasis del danzante que al caer al suelo era reemplazado por un compañero. El ruido infernal que salía de nuestra habitación masculina debía enervar a las mujeres de la estancia colindante ya que desde la misma contestaban con unos alaridos que más parecían de terror que de alegría.
 Escena obtenida de Internet de la ceremonia de una boda musulmana.
 Escena obtenida de Internet de la ceremonia de una boda musulmana.
Resulta evidente que la invitación que nos hicieron a nosotros fue para un acto posterior a aquel en el que contrajeron matrimonio los protagonistas y aquí viene a colación lo que al respecto nos contaron Mustafá y su amigo en la visita que nos hicieron el día 31 de diciembre en nuestro Cuartel. Este amigo (del que no anoté su nombre) nos explicó que él hacía tan solo dos meses que se había casado y que las costumbres habían variado bastante de tiempos no demasiado lejanos, pues aunque subsistía relativamente la “venta” de niñas de unos 13 años, para matrimoniar con hombres mayores (los precios en 1961, según nos dijeron, podían rondar las 500 pesetas), los jóvenes que llegaban al matrimonio con unas edades parecidas habían conseguido que se pudieran conocer personalmente (verse) antes de que llegara el día de la ceremonia, cosa que antes era imposible y se habían dado casos de que se alababa la belleza de la hija de “mengano” (para que la tomaras como esposa) y después podías encontrarte con que era tuerta, mellada o coja.
Para evitar tales sobresaltos, ahora (1961) se celebraba una especie de “audiencia previa” ante un juez musulmán (él, nos decía, había pasado por esa ceremonia) en donde al novio le decían: mira bien a esta mujer, que no es tuerta, mellada ni coja. Fíjate en si tiene algún defecto y si la aceptas, después no vengas a protestar. Ella se levantaba el velo que la cubría, se daba un “garbeo” por la estancia y el futuro esposo podía examinarla atentamente para dar (o no) el visto bueno.
El comandante Guerra, al que se hace referencia en la narración (Foto de CARMELO MEDINA)
El comandante Guerra, al que se hace
referencia en la narración
(Foto de CARMELO MEDINA)
Como todo aquello que empieza debe terminar (retomando el hilo roto con la anterior disgregación) solo me falta por decir que era ya plena madrugada cuando en la “divertida” estancia, en la que sin tomar ni una gota de alcohol (aunque si litros y litros de té) la gente estaba como embriagada, entró un anciano nativo, dando muestras de gran nerviosismo, que se dirigía al novio y a sus amigos con frases cortas y rápidas, sin dar opción a que le replicaran; Ricardo y yo no podíamos entender que pasaba pero, que se trataba de nosotros, no nos cabía duda pues todos nos miraban. Mustafá nos indicó que sería muy conveniente que nos marcháramos con la mayor rapidez posible (creímos captar que iban a danzar unas bailarinas adolescentes, que no podían hacerlo delante de cristianos) y en aquellos momentos de confusión (para aumentarla) se presentó la patrulla nocturna de la policía, al mando del teniente Lorite (Don Rogelio Lorite Ibáñez) cuya cara de estupor no debía ser muy distinta a la que pusimos nosotros al verlo; le exhibimos nuestras autorizaciones firmadas por el comandante Castilla y aprovechamos la ocasión para salir del atolladero, escoltado, por la patrulla armada, que parecía nos llevaban detenidos aunque en realidad nos sirvieron de guardaespaldas para llegar hasta nuestro Cuartel.
Tendido en mi litera, tras tomar algunos apuntes para mi “Diario”, rememoré la música, los aromas, las voces, la comida, el té y sus rituales, así como el ambiente de la vivienda, tan exótico y distinto a cuantas sensaciones había vivido con anterioridad en mi cultura europea y cristina. Aquellas inolvidables horas me propuse que algún día las contaría a mis allegados, pero lo que era obvio es que ya no volvería a vivirlas.

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