José Antonio, con la toga y el birrete de Abogado (Foto de Internet) |
En el batiburrillo de la exhumación del cadáver de Franco y el destino que se le tiene que dar al Valle de los Caídos en que nos ha metido el gobierno socialista de Pedro Sánchez, que tiene encandilados a todos los medios de comunicación, con el que se “tapan” muchas vergüenzas y no pocas deslealtades para con la Nación que en teoría gobierna, pues quien de verdad manda en España en este momento son los 93 parlamentarios no socialistas que le auparon al Poder, se han olvidado de otro cadáver que está enterrado en aquella basílica, con todo el derecho del mundo, pues fue una VÍCTIMA de la Guerra Civil en la que no participó ya que detenido arbitrariamente unos meses antes de su inició fue “asesinado” tras un remedo de juicio legal en el que los catorce miembros del jurado (sindicalistas y partidos de izquierda) llevaban escrita con carácter previo la sentencia de muerte que le impusieron y ejecutaron: me refiero a JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y SAENZ DE HEREDIA, Fundador de Falange Española.
Quiero “romper una lanza”, o “poner una pica en Flandes” (por lo laborioso y costoso) a favor de ese personaje excepcional insultado, vejado, tergiversado y ninguneado tanto desde la izquierda como desde la derecha, y muy especialmente desde el franquismo que se apropió de los signos externos de su Partido, dio algunas pinceladas de barniz a su Régimen con medidas sociales falangistas (que aún perduran) pero que nunca desarrolló por el convencimiento de que si lo hacía se tenían que ir de España y dejar el Poder en manos de la “Revolución Pendiente”, aquella que no hicieron nuestros antepasados burgueses y que los socialistas y comunistas pretendían llevar a cabo desde postulados y órdenes marxistas internacionales dimanadas de la URSS. Me refiero a la “Revolución” de carácter netamente español, superadora de la “lucha de clases” e integradora de patronos y trabajadores con el fin común de dotarnos de Patria, Pan y Justicia y de que en ningún hogar faltara el “fuego” (la lumbre) con el que calentar nuestros cuerpos y almas y condimentar nuestros alimentos.
Me resulta obvio pensar que si alguien lee estas líneas se preguntará a cuento de qué este anciano se arroga la facultad de hablar de alguien (José Antonio) tan estudiado, así como qué de novedoso puede aportar y de dónde obtiene una pretendida legitimidad para meterse en este pantanoso terreno, que a más de uno incomodará y a otros muchos les llevará a encasillarle en la espacio del fascismo (como insulto), orbita en la que ya se encuentra pues según el diario catalán Punt Avui “ser español es ser fascista” y el que esto escribe es español, muy español y orgulloso de ello.
En consecuencia, antes de entrar en “harina” de lo que pretendo escribir en recuerdo de José Antonio, con el respeto que merece, ni especular que es lo que se va a hacer con su cadáver “tan paseado y trasladado”, primero desde Alicante a El Escorial y después (allí estorbaba a los monárquicos) del Monasterio al Valle de los Caídos, en donde nadie sabe o contesta sobre lo que decidirán los gobernantes actuales que son los sucesores de quienes lo mataron, he de decir que mi “primer encuentro” con el Fundador de Falange data de los años 1951-1952 cuando cursaba segundo o tercer curso de bachiller en el Instituto de Lérida y llegó un profesor joven para dar la asignatura de educación física y formación del espíritu nacional (me parece que se llamaba así) en sustitución de otro “profesor” que se había dedicado a contarnos chascarrillos de sus vivencias en la Guerra Civil (había tenido que comer rata, beber agua contaminada, dormir entre muertos y heridos, etc.) y del que solo me ha quedado el recuerdo (con la consiguiente nota escrita, como era ya entonces mi costumbre) de que se apellidaba Escarabajosa, que era muy bajito de estatura, de mal genio y que tras una larga charla que nos endosó sobre el valor de la puntualidad, a la siguiente clase llegó media hora tarde y Benito Llop Garsaball (el querido amigo al que me unen fraternales lazos desde que teníamos seis años hasta este momento) mostrándole el reloj le recriminó su falta de puntualidad y aquel hombre chiquitín de estatura pero grande de genio le espetó (lo tengo recogido literalmente): “¡¡Si soy bajo es porque los cojones me pesan tanto que no me han dejado crecer y no le tolero a nadie que me llamé la atención!!”.
Bueno, volviendo a aquel nuevo profesor, que vestía uniforme de Instructor de Falange (o del Frente de Juventudes), que se llamaba Ángel Gorriz y procedía del Instituto de Soria, he de decir que era de una simpatía arrolladora, empatizaba (como se dice ahora) con todos los alumnos que se metió en el bolsillo al promover la práctica de deportes (futbol, hockey sobre patines y atletismo, principalmente) y dándonos unas charlas “políticas” que basaba en (según nos decía) los discursos y escritos de José Antonio. Nunca había oído hablar de este personaje, pero aquellas “charlas” tan didácticas me “calaron” muy hondo. Además, promovió la creación de una Centuria con estudiantes del Instituto a la que le puso el nombre de “Trafalgar” en la que nos integramos gran parte de los alumnos, con la que nos llevó a un campamento de verano (en Blanes, Costa brava de Gerona) y a unos albergues de invierno, así como a diversas “marchas” de bastantes kilómetros de recorrido con vuelta en tren a nuestras casas. Me parece que todo era más sano, más “patriótico” y más civilizado que el “botellón” actual o las “maquinitas” telefónicas.
En esa admiración terminé el sexto curso de bachiller y la reválida consiguiente cuando mi padre llegó a casa diciéndonos que le habían levantado parcialmente el destierro que por un periodo no inferior a 25 años que venía padeciendo (y con él, mi madre, mi hermana y yo mismo) y le permitían marchar de Lérida para trasladarse a Alicante promocionado para la empresa que trabajaba (RENFE) a un puesto de categoría superior. Conseguía así mi progenitor acercarse a nuestra tierra de origen (Valencia) aunque para mí (personalmente) significaba romper con todo e iniciar una nueva vida en un lugar desconocido. A los 16 años, en plena adolescencia, es francamente duro. Yo había llegado a Lérida en octubre de 1939 cuando contaba solo un mes de edad me iba de improviso, en pleno verano y casi sin poder despedirme de los amigos.
En alguna ocasión he contado la vergüenza” (que todavía me dura) que tuve cuando Ángel Gorriz, después de explicarnos una y otra vez la vida y muerte de José Antonio, a finales de curso (no recuerdo cual) nos puso como trabajo final una redacción sobre el “Fundador” y yo puse que había sido fusilado en GIJÓN (en Vez de Alicante). Esa ciudad, Alicante, fue mi fallo y obsesión y hete aquí que llego a la misma con mi madre y hermana (mi padre había marchado antes para tomar posesión de su nuevo puesto de trabajo y buscar vivienda) y resulta que el piso alquilado estaba en la calle Asturias nº 33, frente al muro de la Casa Prisión de José Antonio (desde mi ventana veía la parte superior de la cruz que marcaba el lugar donde se le fusiló) y que en nuestro mismo edificio vivía uno de los profesores del Colegio Menor ubicado en aquel recinto (el de francés, Don Pedro Vallés Espinós) que se interesó por la situación de mis estudios y me ofreció la posibilidad de preparar el preuniversitario con el profesorado del Colegio (dada mi condición de falangista). Allí tuve un trato muy agradable y al terminar (y aprobar) dejé de ir por el Colegio con asiduidad, pero me llevé un grato recuerdo del “páter” (Don Ernesto García) que además de clases de religión me reforzó el latín y la filosofía. La anécdota es que muchos años después reencontré a este sacerdote a través de un amigo común, e incluso casó a mi hijo mayor que concertó la concatedral de San Nicolás, pero no “ató” al cura por lo que en aquellos días de agosto de 1991 no tuve más remedio que llamar a Ernesto, quien allanó todas las dificultades religiosas y ofició él la ceremonia.
En 1955-1956 parte de lo que fue prisión provincial se mantenía como museo dedicado a la memoria de José Antonio (que recorrí una y mil veces). Allí estaba su celda con el mobiliario que posiblemente había él usado; allí estaba la Sala en la que se celebró su juicio; allí también, sin modificación alguna, el corredor que conducía al patio de la enfermería en cuyo muro se podían comprobar los impactos de bala de los muchos fusilamientos habidos en aquel lugar durante la Guerra Civil. Una cruz se levantaba en el trozo de terreno en el que presumiblemente cayó el cuerpo de José Antonio; también era obligado visitar su primitiva tumba en el cementerio municipal cubierta con un cristal que permitía ver la huella de su cuerpo y oír las explicaciones del Conserje, Don Tomás Santonja Ruiz, que había intervenido en la inhumación, por lo que se pudo identificar el lugar cuando las nuevas autoridades tomaron posesión de sus cargos. En las oficinas se nos mostró el Libro IV de Registros y en el folio 14 figuraba el nombre de José Antonio como enterrado en la fosa 5, fila 9, cuartel 12 y su número de registro era el 22.450.
Con la centuria “José Antonio” la única que tenía el nombre del Fundador (en la que no me integré) y el profesorado del Colegio hice unas cuantas excursiones: la primera al monumento (aún no lo han derribado ¡¡Todo llegará!!) que se erigió en la confluencia de las carreteras de Murcia y Cartagena, a pocos kilómetros de Alicante, en honor y recuerdo de los 45 falangistas de la Vega Baja que fueron fusilados sumarísimamente al ser detenidos (seguramente hubo un chivatazo) cuando acudían a liberar a José Antonio. Solo se salvaron 7 del contingente de 52, porque eran menores de 18 años. Las excursiones se completaron con visitas a los pueblos de Callosa de Segura, Rafal, Bigastro y Orihuela, en donde se habló con familiares de los caídos y con un par de aquellos “menores” que salvaron la vida por esa circunstancia y cumplían condena de cárcel cuando fueron liberados por sus camaradas al finalizar la guerra.
Como se habrá podido comprobar parecía imposible una mayor inmersión joseantoniana; no obstante, se superó. Como mis padres no podían afrontar los gastos que conllevaban mis estudios de Derecho (ignoro de donde venía mi vocación, a no ser de mi admiración adolescente por José Antonio que había sido abogado además de político) se decidió prorrogar por el plazo mínimo de un año mi ingreso en la Universidad, periodo durante el que debería obtener un empleo que me hiciera autosuficiente e incluso pudiera ayudar a la familia. Esa búsqueda me llevó a entrevistarme con un Oficial del Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción nº 2 que me informó de que en muy pocos días se iban a convocar unas oposiciones para un nuevo Cuerpo de funcionarios estatales (Auxiliares de la Administración de Justicia) que me vendrían como anillo al dedo dados los estudios que pretendía hacer en el futuro. Me hizo hincapié en que debía estar fuerte en mecanografía (yo no sabía escribir a máquina) pues había una primera prueba eliminatoria y se pedían un mínimo 240 pulsaciones por minuto. Me ofreció el poder ir por las oficinas del Juzgado, por las tardes, para practicar la máquina, y en alguna de esas primeras tardes conocí a un funcionario veterano (había entrado en aquel Juzgado en 1923) que al interesarse por mis circunstancias y hablar de la Casa Prisión de José Antonio, me explicó que él lo había conocido personalmente a finales de agosto o primeros de septiembre de 1936 ¡¡Mi interés y emoción subió a la estratosfera!!
José Collado Callado (“Pepito” para todo el mundo) debía tener unos cincuenta años en aquella época (tengo anotado que había nacido en 1909); era bajito, casi enano (se libró de ser movilizado para ir a la guerra por su corta talla), pero lo que le faltaba de estatura física lo suplía con su bondad y simpatía. En aquellas primeras charlas sacó a colación que por una denuncia recibida del director de la prisión provincial donde estaba José Antonio, de que en un registro “rutinario” se habían encontrado sendas pistolas en las celdas de los hermanos Primo de Rivera, lo que dio motivo a la incoación de un sumario por el delito de tenencia ilícita de armas, que les correspondió al Juzgado (que entonces se denominaba SUR) por estar el centro penitenciario ubicado en esa zona geográfica de la ciudad de Alicante. Él, como escribiente, había acompañado al Juez para tomar declaración a ambos denunciados y a algunos funcionarios de prisiones; también tomaron declaración a Margarita Larios, cuñada de José Antonio, que con otros familiares se hospedaban en el Hotel Palas. Fueron procesados José Antonio y Miguel Primo de Rivera, pero el sumario quedó en una especie de limbo tras el fusilamiento de José Antonio y la condena a 30 años de reclusión de su hermano. Pude comprobar personalmente en el libro registro de procesados el nombre de ambos, escritos con la bonita caligrafía de “Pepito” y en el libro de sumarios la fecha de su incoación que no debí anotar (así como el número) pues no las encuentro entre mis apuntes. Los historiadores no reflejan en ninguno de los libros y artículos que he podido consultar este sumario de la tenencia ilícita de armas, posiblemente debido a que la pueden confundir con otro delito igual por el que en Madrid fue juzgado y condenado José Antonio. Que existió no cabe la menor duda, pues a su testimonio uno el mío de haber comprobado los libros de registro. El sumario en si estaba “desaparecido” del lugar que le correspondía en el legajo pertinente del archivo.
José Antonio en la prisión vistiendo el “mono” carcelario (Foto obtenida en Internet) |
Bueno, preparé las oposiciones, las gané con buen número (el 14 de 150 plazas) me destinaron a Alicante, precisamente al Juzgado nº 2, y ya funcionario de plantilla, “Pepito” que seguía conociendo mi interés por José Antonio me presentó a quien (a su juicio) más sabía en Alicante sobre el fundador de Falange, ya que fue su abogado de oficio nombrado por el Colegio de Abogados, estuvo en el juicio por rebelión (defendía a otros procesados pues José Antonio se defendió asimismo), aunque me advirtió previamente sobre la catadura moral-sexual de la persona en cuestión (Don Ramón Campos Carratalá), lo que me retrajo bastante a la hora de hablar con él (decliné el ofrecimiento que me hizo de visitar su despacho en donde –dijo– tenía abundante documentación relativa a José Antonio y el Juez, Don Matías Malpica González Elipe, conocedor de mis “inquietudes históricas” me aconsejaba jocosamente que me proveyera de una buena “chapa metálica”).
No obstante, hablé varias veces con él en las dependencias judiciales hasta que el señor Campos perdió el interés o las ganas de contarme sus entrevistas con José Antonio y el desarrollo del juicio oral. De todas formas, conservo varias notas de aquellas conversaciones, que iré desarrollando. Lo que parece innegable es que para un chico de solo 18 años de edad la acumulación de causalidades era relativamente abundante y todavía iba a incrementarse.
En 1959 me dieron una comisión de servicios (más bien me obligaron a tomarla) para unos trabajos extraordinarios que se tenían que realizar en la Audiencia Provincial, concretamente en la Sección de Ejecutorias, en donde me encontré de sopetón a otro de los directos conocedores del juicio por rebelión contra José Antonio, por haber intervenido en el mismo como Oficial de Sala (Cuerpo actualmente suprimido), colaborando directamente con el Secretario del Tribunal sentenciador Don Federico Amerigo Marín, un abogado sindicalistas (UGT) alicantino nombrado ex profeso desde Madrid. Me estoy refiriendo a Don Haroldo García Parres que, aunque no aparece su nombre en los papeles (eclipsado por Amerigo Marín), fue una relevante “figura secundaria” según me corroboró (a preguntas mías) el propio Don Ramón Campos en las oficinas de la Audiencia a las que acudía con frecuencia por su profesión de Abogado. Haroldo, en las sesiones maratonianas del juicio oral, sustituía al secretario tanto en la lectura de aquellos documentos que el Tribunal estimaba fueran leídos en la audiencia pública, como en la redacción del Acta del juicio que, por cierto, fue tomado a la letra taquigráficamente y está transcrito literalmente en las páginas 37 a 261 (ambas inclusive) del libro “Frente a Frente”, escrito por José María Mancisidor, editado en Madrid el año 1963, por si a alguien le interesa echarle una buena lectura. Haroldo, en resumen, era el funcionario de mayor rango en la Secretaría de la Audiencia mientras que Federico Amerigo había sido “impuesto” desde arriba.
Fachada de la Casa Prisión de José Antonio sita en la Avda. de Orihuela de Alicante (Foto obtenida en Internet) |
Aún me quedaba un eslabón de la cadena que se iba forjando con las personas que habían conocido y tratado a José Antonio. Al volver nuevamente a mi puesto en el Juzgado nº 2 “Pepito” me presentó a un abogado (Don Rafael Pons Santonja) que había estado preso junto a José Antonio desde que este llegó a Alicante el 5 de junio de 1936 (él ya estaba en prisión desde marzo o abril de aquel año).
Don Rafael, maestro de escuela de Rafal o Callosa de Segura (Alicante), que se alistó a Falange a raíz de las visitas, a esos pueblos de la Vega Baja del Segura en 1933, del propio José Antonio al oír sus mítines (era por tanto lo que se conocía por “camisa vieja”) posiblemente en el memorable discurso pronunciado en el cine Imperial de Callosa, había sufrido algún tipo de “depuración” con el advenimiento de la República en 1931 que le privó de continuar dedicándose a la enseñanza. La cosa es que tuvo que comprarse un automóvil y dedicarse al “taxi” por aquellas comarcas, circunstancia que le convirtió en “enlace” de los camaradas de la capital alicantina y los pueblos del sur de la provincia en donde se abrieron sedes de Falange a partir de 1935 (Orihuela, Rafal, Bigastro, Redovan, Almoradí, Cox, Rojales, San Fulgencio, Torrevieja, Callosa de Segura, etc.) fue detenido en marzo o abril de 1936 por el mero hecho de ser falangista, que era el equivalente a “enemigo de la República”, y llevado a la Prisión Provincial a la espera de ser juzgado por vete tú a saber qué delitos. Y estando en esa cárcel llegó el 5 de junio, trasladado desde Madrid, el mismo José Antonio Primo de Rivera, su jefe e ídolo, al que se dedicó en cuerpo y alma como una especie de “asistente” hasta el momento de su muerte por fusilamiento, cuando en dicha Prisión, después de la “saca” de presos comunes de febrero de 1936 por el Frente Popular, y los que quedaban el 18 de julio (puestos en libertad por las autoridades revolucionarias) solo quedaban los “políticos” que recibían un trato correcto por parte de los funcionarios de prisiones que relajaban algo los rigores carcelarios para ese tipo de detenidos.
En la misma cárcel, cumpliendo condena, se encontraba el maestro depurado y ex taxista (al ser detenido le confiscaron el coche que pasó a manos de algún Sindicato) cuando a primeros de abril de 1939 le liberaron sus camaradas que conocedores de su amplio currículo le ofrecieron el puesto o la prebenda que estimara oportuna dentro del nuevo orden político que se iba a establecer en Alicante.
El mítico “Cine Imperial” de Callosa (Foto obtenida de Internet) |
En este punto prefiero copiar las notas que tengo de lo que al respecto contaba aquel gran jurista que se llamó Don José María Ruiz Pérez-Águila, que ostentaba el dudoso honor de haber sido encarcelado por los rojos, durante la guerra civil, por “franquista”, y por los nacionales al terminar la contienda por su pasado “rojo” (había sido concejal del Ayuntamiento por un partido republicano (creo que el de Chapaprietra) y diputado del Congreso por otro partido de izquierdas. Don José María, con aquel gracejo inconfundible, más andaluz que alicantino, contaba con su potente voz, entre carcajadas, que Pons Santonja pidió como prebenda SER ABOGADO, igual que José Antonio, y que se le montaron unos exámenes patrióticos en la Universidad de Murcia en los que, de una sola tacada, salió con el título de Licenciado en Derecho bajo el brazo (ríanse ustedes de lo de Cristina Cifuentes y de lo que se dice del nuevo presidente del PP, e incluso del que obtuvo Don Alejandro Lerroux en una academia de Las Palmas homologada por la Universidad de la Laguna para los exámenes de Derecho, pues tardó unas tres semanas en obtenerlo).
Tengo muchas notas tomadas de las conversaciones con Don Rafael Pons Santonja, el peor abogado de Alicante, pero la persona más humilde y simpática que en aquellos tiempos deambulaba por los Juzgados. Era el clásico hombre de pueblo tanto en el vestir (incluida la boina) como en sus gestos. Cuando se sentaba frente a la mesa del funcionario para pedir alguna información, lo primero que hacía era sacar un papel de fumar poniéndolo a su alcance y rociando sobre el mismo el tabaco que sacaba de una sobada petaca para que liara un pitillo.
Como es tarde, me he excedido (como siempre) en la extensión de estas líneas, las continuaré con una SEGUNDA PARTE en la que procuraré unir todos los eslabones sueltos de mis notas, estimularé la memoria (comeré “rabos de pasas”) para relatar la feroz persecución que sufrieron José Antonio y su Falange a partir del triunfo del Frente Popular en las elecciones de Febrero de 1936, el fervor falangista en la Vega Baja y en la propia ciudad de Alicante (aquí desenterraré algunas notas de los testimonios que me facilitó el abogado de Rafal, Don Rafael Valero Murcia) y la preparación (instrucción del sumario por rebelión) del Juicio contra José Antonio, su desarrollo, Sentencia, ejecución, enterramiento, exhumación y traslado a El Escorial.
Estado actual del Patio, una vez derribados los muros de la Prisión, en el que fue fusilado José Antonio (Foto del autor) |
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