jueves, 26 de julio de 2018

Recuerdos de infancia (I)

Dejo para dentro de unos días, en espera de que baje la temperatura, la segunda parte del artículo sobre JOSÉ ANTONIO, máxime al comprobar (por confidencias) que es escasamente interesante, excepto para gente muy entendida en la materia. Mientras tanto, como quiera que perdí el "pleito" de desahucio que me promovió mi esposa y estoy apercibido de lanzamiento (no es contra mi persona, sino contra las cientos de carpetas, recortes de prensa, revistas, libros y un largo etcétera), me entretengo en seleccionar aquellas carpetas que, como los libros del expurgo que el bachiller y el cura hicieron de los de Don Quijote, se han de salvar de la "hoguera" (tradúzcase por contenedor callejero), cuando cae en mis manos un folio de densa escritura adolescente fechado en 1953 (tenía entonces 14 años) resumiendo una conversación con mi padre respecto del final de la Guerra Civil.
Familia Jorques Ortiz (1944)
Familia Jorques Ortiz (1944)
A esa tierna edad, en la que los adolescentes actuales se hallan sujetos al móvil y/o tableta (además del ordenador), mis inquietudes por la historia de España era muy grande. Los "culpables" fueron, en primer lugar, mi propio padre que con su lectura de la Revista El Mundo, que reflejaba la II Guerra Mundial, y que compraba todas las semanas y coleccionaba (parte de ellas las tengo yo), eran motivo de curiosidad, no tanto por el contenido escrito (que no entendía) sino por la ingente cantidad de fotografías que llevaban. Los otros dos fueron el ya nombrado en anteriores escritos Ángel Gorriz, el profesor de Política del Instituto, y el catedrático de Geografía e Historia de dicho INEM de Lérida, Don Manuel Portugués Hernando, que al explicarnos las guerras civiles romanas, concretamete la habida entre Julio César y Pompeyo, nos llevó a las afueras de la ciudad en donde había tenido lugar la batalla decisiva en la Península, que estaba todavía como en aquella época dos mil años antes, pues la gran explanada existente entre el montículo donde ahora se ubicaba el Cuartel de la Brigada de Cazadores de Montaña y el río Segre. Escuchar las explicaciones sobre dicha batalla y saber que pisábamos el mismo suelo en donde se desarrolló, fue una verdadera "pasada" (como se diría ahora). De su mano corrimos las calles de Lérida que desde mediados de 1938 habían sido primera línea del frente, y nos llevó en tren hasta Balaguer para explicarnos sobre el terreno el significado de la "cabeza de puente"... Se decía que en el fondo del río todavía estaba algún vehículo blindado sumergido desde entonces (yo no los vi)
Volviendo al folio de escritura en cuestión, parece que mi padre respondía a algunas preguntas mías sobre el final de aquella Guerra que el conocía perfectamente por haberla vivido en primera persona desde un atril privilegiado: el Cuartel General del Ejército de Levante, en Torrente (Valencia) donde estaba destinado como oficial de la Sección de Transmisiones y en cuyo pueblo vivía con mi madre desde que se casaron en Septiembre de 1938.
Mi padre (tengo anotado) era anticomunista, fobia que le venía dada no tanto por el lado ideológico, que no se hasta que punto dominaba, sino por la injerencia reiterada y obsesiva de los Comisarios Políticos de todas las nacionalidades (pero todos comunistas), se habían hecho los "dueños" del Cuartel General y estaban por "encima" (en la práctica) del propio general Melendez y de su Estado Mayor. Hacían lo que les daba la gana y se tenía que llevar mucho cuidado con ellos si no querías sufrir graves consecuencias.
Por estas circunstancias (probablemente) mi padre se hizo "casadista" al acatar con gusto (no solo disciplinadamente) la orden del general-jefe de que todas las comunicaciones con el coronel casado (telefonemas y telegráficas) las recibiera y las cursara él personalmente. Los sucesos de finales de marzo de 1939 son archisabidos y no hay novedad alguna que contar del golpe de estado de Casado contra los comunistas que querían continuar la agonía de la guerra civil, los muertos en combate o fusilados en aquellos días con las tropas de Franco listas para entrar en Madrid, así como el beneplácito del Caudillo para que Casado y sus colaboradores pudieran irse de España antes de ser detenidos.
Hubo pasaportes para huir al extranjero y vía libre desde Madrid y Valencia para embarcar en el puerto de Gandía en un navío inglés preparado al efecto, pasaporte que también se le facilitó a mi padre, que intentó se incluyera en él a su esposa que estaba embarazada de mi (nací cinco meses después), y al serle denegada la petición decidió quedarse y sufrir las consecuencias que podían llegar a ser funestas. La noche anterior al día en que las tropas nacionales entraron y ocuparon el cuartel, cuando todas las "ratas" habían huido, mi padre fue hasta la vivienda en la que se hallaba mi madre apremiándola a huir, pues los nacionales se hallaban a pocos kilómetros. Mi madre (esto se lo he oído contar a ella muchas veces) estaba preparando la cena, tenía un huevo de gallina en una mano y salió junto con mi padre a campo a través hacia Valencia, en donde quedó en la casa de mis abuelos (por el camino tropezó y cayó varias veces sin soltar el huevo que no se rompió). Llegados a la vivienda de mi abuela en la calle Literato Azorín, nº 13, le entregó el pasaporte y le explicó que no había querido marcharse sin ella. Añadió (y es ahí donde se revela la grandeza de mi progenitor) que iba a volver al Cuartel para entregarse; que si le pasaba algo (en aquel momento "algo" podía traducirse con que te pegaran cuatro tiros) le explicara al hijo que tenía que nacer que él no quiso voluntariamente abandonarnos y había corrido todos los riesgos que en aquel momento eran muchos y graves por si existía alguna remota posibilidad de salvar la vida y poderla dedicar a su esposa e hijo.
Pongo una foto de 1944 en la que se puede comprobar la "pinta de militar" de paisano que tenía mi padre, con su 1,93 metros de estatura y sus 90 kilogramos de peso. Escribo estas lineas en su honor y recuerdo (el pasado día 24 de cumplieron 44 años de su fallecimiento a la prematura edad de 60 años. Mi madre, pese a no ser falangista llevaba un peinado que se llamaba ¡Arriba España! Los acompañamos mi hermano y yo mismo.

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