En la chabola. |
Quiero descansar (y que descansen mis escasos lectores) de los temas políticos, tan complejos e incomprensibles para la gente "normal" (entre las que creo me encuentro), por lo que rememorando los versos medievales de Jorge Manrique, me aferro a aquello de que "CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR, A NUESTRO PARECER". Y como así me lo parece me retrotraeré a aquellos tiempos felices de la "mili" y de tener 21 años recién cumplidos, una Carrera a punto de concluir y toda una vida por delante.
En esta ocasión le voy a poner de relieve a Paco Mena, al que hace tiempo no veo por Alicante (¿ya no nos visitas?), unos problemas que tuve con su padre, el comandante Mena, Jefe del Grupo de Policía de Ifni, como consecuencia de una "poderosa recomendación" que recibió en mi favor.
Todo empezó una tarde en el Campamento de Reclutas, cuando oí mi nombre por la megafonía allí instalada para que me presentara en la chabola de mando. A la puerta de la misma estaban el comandante Mena, el capitán Rascón (jefe del Campamento), el teniente Don José Rodríguez Zayas, jefe de semana, y un señor civil vestido con un traje blanco impoluto. Después de presentarme correctamente ante mis superiores militares, aquel señor se identificó como el Juez Territorial del A.O.E. y dijo (literalmente) que venía a ¡¡ponerse a mis órdenes!! (yo, un simple recluta, escrutado por todo aquel firmamento de estrellas en hombreras y gorras) por indicación del Presidente de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Las Palmas, y allí, acto seguido, se dirigió al comandante pidiéndole que me dejaran salir del campamento para ir a su casa a comer ese fin de semana.
La tarjeta felicitándome la Navidad. |
El comandante Mena no lo hizo fusilar (suerte que tuvo el Juez), pero la mirada que le dirigió no presagiaba nada bueno para mi (como así fue). La primera lección que debe aprender un soldado es la de saber pasar desapercibido, ser anónimo total. Yo estuve siempre en el ojo del huracán. Cualquiera podía fallar en el tiro, menos un servidor al que se le ponía a caer de un burro...
Bueno, el comandante Mena me conoció (incluso por la calle, de paseo); me hizo pelar al cero cuando tuve que ir a su despacho por un asunto oficial (dijo que llevaba mucha melena) y en el mes de octubre, por un pique con el capitán Muñoz y el comandante Guerra (a quien odiaba y despreciaba, a partes iguales), jefe provisional del Grupo Mixto por estar de permiso Don Manuel Castilla, al pasar revista a los policías que la componían (44 individuos), notó que yo faltaba (me conocía, como he dicho) y exigió mi presencia (estaba en la oficina de la Jefatura de Tráfico). Me llamaron, pasé ante la tropa formada para ir al dormitorio, me terminé de vestir adecuadamente, me puse las trinchas y cartucheras, tomé mi fusil (y mientras, el Comandante, de pie, ante la tropa, con una "lechecita" de no te menees. Al ponerme en la formación en el lugar que me correspondía, tuve que mostrar el mosquetón para inspección y como lo tenía sucio (esa es la verdad), me arrestó con un mes de calabozo (solo en las horas libres de servicio de armas o de trabajo en Tráfico), y me humilló ante todos arrancándome los galones de cabo por no ser merecedor del mismo. Nunca he vuelto a sentir tanta vergüenza como aquel día. Y mientras tanto, el comandante Guerra que me había dicho que aquella inspección no iba conmigo, callaba como un puto. Sus querellas internas las pagué yo por partida doble: la que iba dirigida al comandante Guerra y la mía, que seguro me guardaba desde aquella recomendación de un civil.
Los lectores de estas líneas que conozcan las interioridades del Territorio sabrán que el comandante Mena quiso expulsar a Guerra por cierto problema de carácter sentimental, pero el almirante Carrero Blanco abortó esa expulsión, pero no la de la esposa de Guerra. Pongo la foto de una postal del presidente de la Audiencia Territorial felicitándome las Navidades y otra mía, en la chabola, limpiando el correaje, en la que se aprecia que se dormía en el suelo, sobre tres tablas de madera (llenas de chinches), chabola que se compartía con otros quince compañeros, el cabo instructor y pulgas, piojos y ratas en cantidades industriales ¡¡Que feliz era entonces y no me daba cuenta!!
La raíz del problema hay que buscarla (hace tiempo que se lo comenté a Maye, la hija del capitán Muñoz) en que el comandante Guerra suspiraba por consolidar su empleo en el Grupo Mixto con la influencia de su amigo Carrero Pichot, hijo del Almirante, que intentó convertir en una Sección de Destinos (él firmaba como Encargado del Despacho)
Aprovechando que el comandante Mena estaba unos días de permiso en Tenerife, montaron la jugada: a los 44 policías que allí estábamos destinados nos pasaron, el 1 de Agosto de 1961, a esa neófita Sección de Destinos (en mi cartilla militar aparece mi traslado y la firma del capitán Muñoz). Lo que ocurrió cuando el comandante Mena se enteró, obviamente no lo sé. Lo único que puedo decir es que en mi cartilla militar figura que con fecha 1 de Septiembre de 1.961 causo baja en la Sección de Destinos y me reincorporo al Grupo de Policía (con todos mis otros 43 compañeros).
La revista a la tropa, en el patio del Grupo Mixto, con el comandante Guerra de figura decorativa (¡vaya un papelón el suyo!) fue como una especie de reafirmación de "quien mandaba allí". Lo mío es eso que ahora se llama "daños colaterales". No se lo perdoné nunca y pese a que el comandante Mena, hasta su muerte, ha sido vecino mío en Alicante (nuestras viviendas no distan más de cien metros) y me lo he encontrado muchas veces por la calle, jamás me dirigí a él. Con su hijo Paco, con el que al principio tuve algunos "roces" por explicar públicamente estos hechos (lo recojo también en un libro), al conocernos personalmente hace unos años, hicimos las paces y me reconoció algunas cosas del carácter de su padre que, lógicamente, no puedo revelar por ser una conversación privada entre ambos (de la que tomé nota, como hago con todo aquello que me interesa)
Conocer bien muchas cosas del "mentidero" ifneño de aquellos años, si lo conocí. En primer lugar porque estuve tanto con Guerra como con Castilla, dentro de su propio despacho, como una especie de secretario para todo, al que acudían otros jefes u oficiales que hablaban francamente de todo lo que les parecía conveniente sin darse cuenta de mi presencia (para ellos yo era poco mas que otro mueble de la oficina). Además, todos eran muy deferentes conmigo porque yo era quien "arreglaba" todo lo concerniente a expedir el carnet de conducir a ellos o sus familiares, o matricular los vehículos que comparaban (aunque físicamente estuvieran en Canarias), o dar las instrucciones precisas al "maestro Juan" para que se reparará tal coche (no digo nombres de propietarios) cargando las piezas y la mano de obra al jeep AOE-22, que era el vehículo "más reparado" de todo el Territorio.
El sargento primero Fortes, que en teoría era el ayudante del Comandante en la Oficina de Autos, era ninguneado por el mismo en el desempeño de esas funciones, pues no resultaba demasiado grata la circunstancia de ser propietario de dos puestos de comercio en el Zoco Nuevo y otras cosas que me reservo, pues a esa persona (Antonio Fortes Calderón) le tomé un gran afecto porque jamás tomó a mal quedar relegado en la Oficina por un simple soldado y me trató muy humanamente, como al hijo que no había tenido en su matrimonio.
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