jueves, 22 de marzo de 2018

Lavapiés, Senegaleses y Policías

El libro que estudiabamos los policías de Ifni
Si la veteranía es un grado (como se decía en la “mili”), no puedo entender que cuando casi llego a los ochenta (años de edad) no sea capaz de entender lo que ahora está pasando en mi querida España. Me refiero a lo que leo y veo (por tv) sobre el madrileño barrio de Lavapiés, convertido en “territorio comanche” por individuos de raza negra, que no tiene nada de peyorativo como no lo tiene si digo que soy de raza blanca (ya está bien de eufemismos como el de “subsaharianos”), que huyendo del hambre y la miseria en sus países de origen (de las colonias de Francia, Bélgica o Reino Unido, principalmente, que serán sus responsables) entraron en nuestra patria ilegalmente (ilegalidad en la que continúan) al abrir la puerta el nefasto Zapatero, y se dedican a la venta de efectos falsificados (hecho que es delictivo) en plena vía pública, sin pagar derechos de ocupación como hacen las terrazas de los bares, fastidiando económicamente a los comerciantes debida y legalmente establecidos, sin cotizar a Hacienda o la Seguridad Social pese a gozar de sus beneficios como cualquier español, y zurrando a quien se les ponga a mano, policías incluidos. Y encima, estos de los que nos ocupamos se tratan de “senegaleses”, aquellos del ¡Allez, Allez!, gritos con los que azuzaban a los rojos españoles que traspasaban la frontera de los “simpáticos” republicanos franceses, en los meses de Febrero y Marzo de 1939, para llevarlos a los campos de concentración ubicados en las frías y húmedas playas mediterráneas.
La tibieza (mejor se diría frialdad congénita) del Gobierno del Partido Popular, la postura siempre de perfil del PSOE y el no terminar de encontrar un sitio estable en las ideas de la política de Ciudadanos, ha permitido que el marxismo en sus dos variantes (el comunismo del PCE y el anarquismo de Podemos y sus confluencias) que el principio de autoridad se haya ido a hacer puñetas, con olvido de que el ninguneo a que sus superiores (políticos) están sometiendo a sus agentes (Guardia Civil, Policía Nacional y Policías Municipales) va a convertir a nuestras ciudades en un erial de las libertades públicas y por ende de la seguridad ciudadana.
Como posiblemente sabrán alguno de los pocos amigos que leen estas “pijaditas” que de vez en cuando escribo y subo a las redes llamadas sociales (ahora también a mi blog 24Kilates), durante una época de mi vida (ya lejana) fui policía y se me instruyó durante cuatro meses para ejercer las funciones de agente de la autoridad, que llevé a cabo por un año largo, en aquella lejana y añorada ciudad que se llama Sidi-Ifni. Buscando he encontrado notas tomadas entonces, de aquellas enseñanzas que los tenientes Zayas y Urbina (Don José Rodríguez Zayas y Don Julio Sánchez Ortiz de Urbina) trataban de meter en nuestras duras molleras (en ocasiones con algún mamporro que otro, por aquello de que “la letra con sangre entra mejor”) y repasándola me doy cuenta de lo sabias que eran. Procuraré extractarlas:
El autor con el uniforme de Policía en 1961
Se hacía énfasis en la necesidad de la Policía para el buen gobierno y mantenimiento del orden público; se debe entender por “policía” el buen orden que debe observarse y guardar en las ciudades cuando se cumplen las leyes. Su importancia estribaba en que el buen orden y gobierno interior de las naciones marcan el índice del valor de las mismas, tanto en su aspecto moral como material, para lo que es necesario que todos sus habitantes sepan hacer uso de sus derechos y libertades, siempre que su ejercicio no perjudique a los demás; para guardar ese equilibrio, fundamental en toda nación libre, se hace necesaria una disciplina obligatoria para todos los ciudadanos, siendo el Policía el encargado de hacer efectiva esa disciplina, teniendo siempre presente que en todo caso, el ejemplo de la propias actuación será su más valioso auxiliar y la base de su prestigio como Agente de la Autoridad. Se nos definía como Orden Público, la acertada colocación de las cosas en el lugar que les corresponde, por lo que ese Orden Público sería el normal funcionamiento de las instituciones del Estado y el libre y pacífico ejercicio de los derechos individuales, políticos y sociales.
No quiero hacer hincapié en las instrucciones (por escrito) que se nos dieron para hacer uso de las armas de fuego reglamentarias (en toda agresión de obra a la fuerza pública) sino en que el prestigio que los números de la policía tenían ante la población civil, por la forma decidida y enérgica en sus actuaciones, hacía innecesario el uso de la fuerza.
Si a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad sus superiores, por “miedo a ser de derechas”, por cobardía, por los “votos”, por la malicia de fiar y avalar a los delincuentes en su afán de hundir España, se les pide que miren para otro lado, que no intervengan “violentamente” ante los disturbios callejeros, que se dejen apedrear y herir sin responder a las agresiones, que no vuelvan a soltar ningún porrazo como los del 1 de Octubre en Barcelona cuando sean desobedecidos al intentar cumplir una orden judicial, nos estamos poniendo, como Estado y Sociedad, en el lugar del escorpión que rodeado de fuego se clava el aguijón venenoso y se mata. Esa parece ser la salida a la que nos empujan (a la hasta ahora eterna España) el “buenismo”, el antimilitarismo, el antiautoritarismo, los okupas mimados y consentidos, los traficantes y consumidores de drogas, el marxismo de nuevo cuño, y la caterva de políticos corruptos. Repetiré una vez más la frase del Conde de Romanones ¡Vaya tropa! con la que nos toca convivir. De momento, mientras que Puigdemont está hoy en Finlandia y el señor Torrent desde su poltrona del Parlament le lanza órdago tras órdago al Estado, parece que todavía queda el Poder Judicial para aguantar el edificio que se tambalea.

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