viernes, 18 de agosto de 2017

Una guerra que no se quiere (o no se puede) reconocer

En las redes sociales se pueden leer bastantes frases relativas a la circunstancia constatada fácticamente de la “guerra declarada” por el islamismo activo y radical contra los países europeos “excristianos” que al haber adoptado el laicismo fundamentalista han renunciado a la superioridad moral que Cristo sembró en la Humanidad.
Atentado islamista en las Ramblas de Barcelona (17/08/2017)
Atentado islamista en las Ramblas de Barcelona (17/08/2017)

Una activista contundente (María Eugenia Espejo) con una claridad de ideas merecedora de que sus palabras no se pierdan como las predicas en el desierto pone, una y otra vez, el dedo en la llaga: Estamos en guerra con el Islam. Unos (la izquierda más idiota) sitúa como fecha del inicio de esa guerra en la famosa “foto de las Azores” (Aznar y el PP son los culpables), otros (la CUP es su máximo exponente, aunque el comunismo de Podemos le va a la zaga) sintetizan lo que está ocurriendo achacándolo a “terrorismo fascista” engendrado por el capitalismo. Y otros (gobiernos y políticos gobernantes occidentales, menos el presidente Trump) se rasgan las vestiduras apelando al “buenismo” cuyo primer gurú español fue el nefando Rodríguez Zapatero, llegándose al caso de Dinamarca donde existe una campaña de la Policía que pide “abrazar a un terrorista” para que con el amor y las caricias deje de matar en nombre de ¡¡Alah es grande!! Lo que está bastante claro es que en los países en que se repudia al Islam (Polonia, Hungría, Eslovaquia y Japón, por ejemplo) no se dan atentados terroristas pues no tienen “enemigos dentro de casa”; por el contrario, los que han abierto el “grifo” y dado papeles y nacionalizaciones a montones, son víctimas del terror (Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, España, etc.)
La realidad, a mi modesto entender, es que la guerra Islam-Cristianismo se inició en el siglo VII de nuestra era con el alumbramiento de El Corán, su ley suprema e inmutable, que le fue revelada al Profeta Mahoma por Alah, Dios único, al crear una religión monoteísta opuesta al judaísmo y al cristianismo, las otras dos religiones poseedoras de Libro Sagrado. El Corán y su “reglamento” de aplicación (las Shuras) exigen a los creyentes la conquista de las naciones cristinas para llevarlas al redil del mahometismo, mediante la Guerra Santa (la Yihad). Y en esa estamos desde entonces, con periodos de mayor o menor actividad, que se ha recrudecido desde el final del siglo XX y entrada en el tercer milenio. Se dice ahora por nuestros políticos y múltiples asociaciones ciudadanas, con la “boca pequeña”, que no todos los musulmanes son igual, que no todos son “terroristas” asesinos ¡qué duda cabe de que es así! Pero no todo el pueblo alemán era miembro del partido Nazi, ni todos los japoneses eran partidarios del militarismo de Tojo, ni todos los italianos fascistas, ni todos los rusos miembros del Partido Comunista. La mayoría no lo eran. No obstante esa mayoría era susceptible de beneficiarse con la victoria de los violentos minoritarios. El mundo del Islam, si el llamado Estado Islámico derrotara al cosmos cristiano-occidental, se beneficiaría material y espiritualmente, como en la antigüedad se beneficiaron los habitantes de los Califatos, en ambos sentidos, al derrotar a los seguidores de Cristo, extendiéndose por Europa, el Norte de África y Oriente Medio, hasta conseguir la toma de Constantinopla en 1453 (los turcos) dando el finiquito al Imperio Romano en Oriente (Bizancio). Se explayaron por algunas regiones europeas (ahí están todavía) y si no pudieron someter a todo el continente en su área geográfica oriental a la bandera de la Media Luna, fue por la derrota que sufrieron a manos españolas en la Batalla de Lepanto (aquella que glosaba Cervantes como “la mayor batalla que conocieron los siglos”) y tiempos antes (1212, batalla de Las Navas de Tolosa) cuando por el sur de Europa, se hallaban “farrucos en la península ibérica y tenían, todavía, el propósito de desarrollar sus avances hacia el reino de los francos. Y no olvidemos que llegaron al continente asiático (Indostán, Filipinas…) y allí continúan aferrados como lapas; de vez en cuando cometen algún asesinato, secuestro o cualquier otra barbaridad tan propia de ellos y ¡¡a vivir que son cuatro días!!
Todos los gobiernos occidentales saben que existe esa guerra no declarada oficialmente (no son tan tontos que lo ignoren) pero no  quieren reconocer que tienen al “enemigo” dentro de sus frágiles fronteras, pues tendrían que coger el toro por los cuernos: Expulsión de todos los musulmanes, clausura de las mezquitas y madrazas, prohibición de la religión mahometana, revocación de la nacionalidad europea concedida a los inmigrantes musulmanes… España ya sabe, ya tiene experiencia y recuerdos históricos de cuando (tras la conquista del Reino de Granada) permitió a los musulmanes continuar residiendo (con sus bienes) en suelo ya cristiano, con la esperanza de su integración y asimilación a los usos, costumbres y religión católica. Fue un cáncer que hubo de erradicar (reinados de Felipe III y IV) mediante cruentas batallas, hasta mandarlos a África, de donde procedían.
Lo que nadie se atreve a decir (en nuestro entorno) porque estamos amordazados por el rol de lo “políticamente correcto” es que los gobernantes de las naciones democráticas occidentales “no pueden reconocer” esa situación de guerra fáctica, diferente a cualquier otra contienda bélica del pasado, por los intereses geopolíticos y financieros que las tienen ancladas a Arabia Saudí y demás sultanatos rebosantes de petróleo y dólares (y de poder mercantil), que precisamente son los que (bajo cuerda) financian a los “combatientes”, sufragan la construcción de mezquitas y madrazas, instruyen a los imanes que adiestrarán a los creyentes en la dirección del radicalismo más fanático del que se extraerán los “mejores y más crueles soldados”.
La cobardía de nuestros dirigentes, la presunta vinculación que puedan tener las oligarquías de aquí y las de allá, el poder del dinero, el estar en la cumbre de la sociedad de la que no hay nada ni nadie que les haga bajar, gracias al estatus quo que entre ellos respetan a rajatabla son, posiblemente, las causas que impiden reconocer que estamos en guerra y actuar en consecuencia, guerra que en lo referente al terrorismo suicida se podía erradicar fácilmente: Envolviendo los cadáveres de los musulmanes suicidas en pieles de cerdo. Esa “técnica” la utilizaban los ingleses en La India con los musulmanes (hoy pakistaníes) cuando en la contienda colonial querían arrancarles alguna confesión. Era “mano de santo”, como vulgarmente se dice. Ya sé, es políticamente incorrecto y tal vez vulnere los derechos humanos en el momento actual; si estuviéramos en una guerra admitida (declarada ya lo está) por los gobiernos  occidentales, esas actuaciones serían “normales”. Sin estarlo, el presidente Trump refiriéndose a los asesinos de Barcelona ha dicho (literalmente) que se les debe fusilar con balas bañadas en sangre de cerdo. Pues eso.

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