Josep Carreras, policía de Ifni. |
Hay bastantes soldados de reemplazo que, ya jubilados en sus empleos u oficios civiles, rememoran con nostalgia los tiempos lejanos de su juventud, en aquel olvidado territorio de IFNI, que con mayor o menor fortuna nos dejan testimonio escrito de sus memorias. A continuación nos permitimos incluir un pequeño pasaje de uno de aquellos militares forzosos, concretamente la de un miembro del Grupo de Policía Ifni nº 1, el catalán Josep Carreras, que culminó su mili convertido en instructor de los reclutas que debían suplirles en el momento de ser licenciada su quinta.
Cabo instructor en el Campamento de Reclutas
Pese a la lentitud del paso del tiempo, el almanaque no se detiene, y en el mes de Febrero de 1.960 los mandos de la Policía empezaron a organizar el campamento para el contingente de reclutas que inexorablemente serían llevados a Ifni pocas fechas después. Se pidieron voluntarios para realizar la faena de instructor, y allí fue, una vez más, el catalán Josep, que tuvo que refrescar lo que a él le habían enseñado (marcar el paso, desfilar, movimiento y manejo de las armas, etc.), en lo que invirtieron los días previos a la llegada de reclutas que, como es natural, fueron recibidos con gran alegría, aunque había que poner cara seria, de pocos amigos, guardar las distancias, imponer disciplina. Era la misma “medicina” que se les había administrado cuando ellos (los veteranos) llegaron el año anterior.
La plantilla de oficiales y suboficiales era la misma que él sufrió (tenientes Cuevas y Lorite, sargentos Rubio y Blanco, el cabo 1º Rey, etc.), que repitieron sus “papeles”: El sargento Blanco metiéndose con los catalanes, el 1º Rey reiterando sus “putadas”, que tenían que serle reídas. De la enseñanza del armamento volvió a ocuparse el sargento Rubio, con su proverbial vocabulario obsceno. Había que convertir aquel rebaño de patanes en policías que durante más de un año debían asegurar la paz y el orden en la ciudad de Sidi-Ifni.
Dirigiendo a un grupo de reclutas en una marcha. |
También el Campamento es monótono para los monitores (todo lo contrario que para los pobres reclutas), por lo que se tienen que ir buscando alicientes. Uno de los primeros consiste en averiguar si entre los recién llegados hay algún ”paisano”, y encontrar uno de la provincia de Lérida, de la comarca de “La Segarra”, llamado Sedó, es todo un notición. Te permite hablar en tu idioma materno, enterarte de que sus padres tienen una granja de gallinas, crían cerdos, cultivan verduras y cosas así, admiten pasar algunos ratos (pocos) libres. Por cierto que ese chico continuó haciendo en Ifni lo mismo que en su pueblo ya que toda su instrucción para ser un buen policía la cambiaron (o él lo eligió) para dedicarse durante el resto de la mili de la Granja del Gobierno de la provincia. Y nunca más lo vuelves a ver vestido de uniforme.
En la cantina del campamento: Sargentos Rubio, Marrero y Blanco y tres cabos instructores. |
El conjunto de los instructores, formado por cabos de la anterior quinta, como Josep, también tenían que divertirse, aunque fuera a costa de los pobres reclutas. De esta forma a alguien se le ocurrió un juego consistente en decir una palabra y los novatos tenían que acertar lo que quería decir. El que fallaba era castigado con un servicio de “imaginaria” nocturno. Claro que en cierta ocasión se lanzó como palabra “Cadizqueño” y como nadie atinaba con su significado y no era cosa de arrestar a todo el campamento, se armó tanto revuelo que el vocablo en cuestión llegó hasta los sargentos quienes exigieron que el gracioso que había hecho la pregunta revelara su secreto. Si estaba claro: “Cadizqueño” era una persona de Cádiz pequeña. ¡Suspiro colectivo!
De cómo se las gastaba aquel teniente Cuevas (el de las canciones) y cuan injusto era su comportamiento para con aquellos jóvenes llevados a la fuerza a África, para que él pudiera lucir sus estrellas y en el futuro llegar a Coronel, puede valer la siguiente y verídica anécdota: Por la mañana, tras el desayuno, los reclutas debidamente equipados han de formar a la puerta de su chabola. El cabo instructor los inspecciona y cuenta, dando la novedad al sargento encargado de un número determinado de chabolas, y los sargentos dan la novedad al teniente que ese día está al mando del campamento. Pues bien, uno de esos días el cabo instructor se da cuenta de que le falta un recluta, le pasa la incidencia al sargento que efectúa un nuevo recuento, y tras cerciorarse de la falta, va con la “papeleta” al teniente, que acude al lugar del suceso. Y en ese momento el desaparecido recluta, pausadamente, acude a la formación pidiendo disculpas por el retraso debido a que se había entretenido limpiando su plato de aluminio. El oficial no le dice nada al rezagado sino que dirigiéndose al sargento le ordena el arresto del cabo encargado de la chabola, enviándolo a la Compañía de su procedencia, durante una semana. En una lógica reacción el cabo pregunta porque le arrestan y el teniente contesta: En vez de una semana, que sean dos. Claro que lo más irracional acontece cuando el cabo vuelve después de sus dos semanas de arresto, se presenta al teniente que le pregunta si ya ha comprendido el porqué, y al contestar negativamente, tras mirarlo le endosó ¡Otra semana de arresto! Y al finalizarla fue de nuevo preguntado por el teniente, pero esta vez el cabo fue más listo diciendo que sí, con lo que se terminó el incidente, aunque la verdad es que ni él ni nadie del campamento se enteró del motivo del arresto.
El cabo Carreras tiene que volver a la vida civil. |
Después de los muchos años transcurridos, cuando cualquiera de los miles de mozos que pasaron por Ifni, deja fluir el curso de sus recuerdos y sentimientos, tan distintos del recluta y el veterano, pero tan unidos unos a los otros, suelen fijarse en aquellas pocas horas de las tardes, en que finalizadas las muchas tareas teóricas y prácticas que se desarrollaban en el campamento, acudían en busca de “paisanos” policías veteranos con su aire de suficiencia, de “estar de vuelta” de todo lo referente a la milicia, con la pretensión, sin duda, de deslumbrar al recién llegado y convertirse en su “padre”, lo que daba lugar a sucesos como el de aquel individuo veterano que hallándose dentro de una chabola hablando con los reclutas de la misma, al entrar el cabo instructor y ponerse todos en pie y posición de firmes, tal como estaba mandado, advirtiéndoles que en media hora iba a pasar revista de petates y limpieza, el veterano (que permanecía sentado) dirigiéndose a los reclutas les dijo que no hicieran el menor caso al “gilipoyas” del cabo, quien no siendo nadie se creía un general dando órdenes. Hubo un intercambio de frases entre ambos con advertencia del cabo de que era su superior y exigiendo que su oponente se pusiera firmes, y al ser contestado con frases obscenas y despectivas, motivó la presencia del sargento, ante el que si se cuadró, recibiendo una descomunal bronca, con acusación de que había incitado a un grupo de soldados en periodo de instrucción a la desobediencia, lo que le podía suponer un “reenganche”. Le ordenó salir del campamento, marcando el paso, prohibiéndole volver por el recinto. Al final no se cursaron partes por escrito y el incidente quedó en nada, aunque todos aprendieron que actitudes que en la vida civil no pasan de una mera anécdota, en la militar le puede a uno causar un perjuicio irreparable.
Finalizado el Campamento, Josep, como tantos otros soldados de reemplazo volvió a la vida civil, como agricultor, y no puede ocultar la nostalgia de aquellos tiempos, de los servicios y aventuras que vivió y que en otro momento continuará su narración.
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