sábado, 10 de febrero de 2018

¡¡¡Vamos a romper España, tralará!!!

¡¡¡Vamos a romper España, tralará!!!
Los pocos lectores de mis “pijadillas escritas” (normalmente familiares o muy amigos que, incluso, dejan alguna vez un “me gusta”) deben recordar que en más de una ocasión he puesto de manifiesto que existe un firme propósito de acabar con la Nación Española; no es una intuición (carecemos del don de la adivinación) sino la constatación de hechos que hemos vivido durante los últimos cuarenta años, encaminados a ese fin último. Y este último “apretón” es tan solo el colofón, la guinda, de los intentos que desde dentro de nuestra patria o desde fuera de ella se han ido desarrollando desde hace siglos, desde que a finales del XV nos constituimos, superada la Edad Media, en el primer Estado moderno del mundo, Estado que se convirtió en Imperio (con Carlos V), conquistó América y se extendió por Oceanía, defendió el catolicismo en Europa durante cerca de doscientos años (recordemos la guerra de los 80 años) por medio de los Tercios de Flandes (que también lo eran de Nápoles, Sicilia o Portugal) y tuvo que enfrentarse prácticamente en solitario (la cristiana Francia pactó con los turcos) para evitar que el Islam nos arrasara nuevamente, como en el siglo VIII Se le frenó en la batalla de Lepanto.
Si los enemigos exteriores no pudieron acabar con España (con las Españas, como era conocida entonces) los interiores con la ayuda de Inglaterra y Francia consiguieron desgajarla (en 1640) de Portugal (para siempre) y de Cataluña (por una decena de años).
Si el siglo XIX con la invasión francesa y la proclamación de la primera Constitución democrática significó el nacimiento de la Nación Española, también fue el tiempo en el que se perdieron las “colonias” o “provincias” ultramarinas y afloraron dos nacionalismos separatistas: el catalán y el vasco, hijos de la burguesía de ambas regiones que aspiraban al poder político en sus territorios, pues el social y económico ya lo tenían. Así, cuando la Armada española era hundida por la norteamericana en Cuba y Filipinas y el pueblo de Madrid, en aquel caluroso mes de Julio de 1898 iba a los toros, como si nada hubiera pasado, nacionalistas vascos y catalanes enviaban sendos telegramas de felicitación al presidente de USA por sus victorias frente a una España a la que ellos no querían pertenecer.
Con ese separatismo de manual de la clase dirigente vasca y catalana, vaticanista, terrateniente y de raíces carlistas, al irrumpir en la escena política del marxismo, se fue formando una estructura que pese a su heterogeneidad comulgaban con el mismo propósito: Romper la España ancestral para atomizarla e implantarle más fácilmente el socialismo (el marxismo) o crear los estados independientes de Euskadi y Cataluña (los nacionalistas de ambas regiones).
Lo primordial era acabar con la Monarquía, símbolo de la Unidad de España, pese a que la Institución se hallaba trufada de reyes locos de atar (como Carlos II, el último Austria), neuróticos (como Felipe V, el primer Borbón), cornudo consentido (como Carlos IV) traidor y cobarde (como Fernando VII), disoluta y adultera (como Isabel II) o intrigante (como Alfonso XIII, con un tanto de culpa elevado en el Desastre de Anual). Finiquitada la Monarquía era posible entonces (y ahora) rematar a España, apuntillarla al tenerla sin fuerzas junto a las “tablas” (vamos, que me sale la vena taurina, sin darme cuenta).
Cuando por primera vez en 1868, tras un golpe de estado incruento, España se deshizo de los Borbones y envió a Isabel II al exilio, los dirigentes de “La Gloriosa” (como se llamó a aquella Revolución) eran conscientes de que el régimen monárquico era imprescindible para la continuidad de España como Nación y el General Prim hizo lo imposible por obtener un nuevo monarca que reinara en nuestro país (Amadeo I); el intento fue un fracaso tras el asesinato de Prim y llegó de improviso la República con cuyo régimen se demostró que era posible diseccionar nuestra patria a través de “republiquitas” que se llamaron cantones, en las que se perdió (sus dirigentes) la solidaridad colectiva del pueblo y se “barrió” para la casa de cada uno. Tuvo que restaurarse la monarquía, con los denostados borbones para que la Unidad territorial y política se restableciera, de la mano del político más lucido de todos los tiempos (Don Antonio Cánovas del Castillo). Con el derrocamiento, también incruento, de Alfonso XIII, y con la entronización de la II República se volvió a abrir la puerta a la desmembración de España al institucionalizarse las comunidades autónomas, a la que se apuntaron desde los andaluces y castellanos, pasando por los valencianos, los gallegos y, obviamente, los catalanes (los primeros de la fila) y los vascos, aunque estos tuvieron sus dificultades ya que la provincia de Álava no estaba por la “labor”. De cualquier forma, llegada la guerra civil, esas dos “autonomías históricas” eran verdaderos “estados” dentro del Estado, con sus ejércitos propios, sus leyes, idiomas e, incluso, relaciones exteriores y pactos con ingleses y franceses.
Ahora, cuando la Jefatura del Estado parece estar en su momento más débil pues su monarquía está en entredicho y casi puesta en almoneda, por la improcedente conducta personal de Juan Carlos I (que le llevó a la abdicación) y la desconfianza que a muchos les inspira su sucesor (Felipe VI) ha sido el momento de Cataluña para independizarse (teóricamente lo hizo al proclamar la República Catalana) y la tragicomedia que han venido representando los rebeldes y sediciosos aún no ha terminado ni sabemos que final es el que escogerán y si lo “tragará” el Gobierno, que ha demostrado ser capaz de engullirse lo que sea con tal de salvar su pellejo político (y sus prebendas)
También habíamos adelantado (en otros escritos) que los separatistas vascos (el PNV y “coros”) estaban muy atentos al desarrollo del proceso catalán para unirse a él (si todo iba bien) o aprender (si no tenía éxito) que era lo que ellos no tenían que hacer. Los vascos fueron los que en el tardofranquismo y con el jaleo de la Transición a la democracia, creyeron que por la fuerza (el terrorismo de ETA) podían poner de rodillas a España, conseguir su rendición y obtener la independencia, pero fracasado el intento (gracias a la Guardia Civil) que duró años y produjo tantos muertos y sufrimiento (recomiendo leer Patria) no por ello finalizó lo que Jon Jurasti denomina el “bucle melancólico vasco”, que es el que les ha hecho estar agazapados, a la expectativa del experimento catalán. Y no han tardado en poner sus cartas sobre la mesa, como expondremos, a sabiendas de que el Gobierno tiene las “defensas bajas” (como dirían los médicos), tanto por el todavía no resuelto contencioso catalán, como por la aprobación de los Presupuestos Generales (que dependen del PNV), el ataque a su línea de flotación que inmisericorde realiza su “aliado” Ciudadanos y la finalización (presumiblemente con condena) de los procesos que su partido (el PP) soporta por delitos de corrupción.
El PNV que es lo mismo que decir el irredento separatismo vasco engendrado por el racista Sabino Arana, ha evolucionado en las formas pero nunca en el fondo. Ha aprendido la lección de que por las “malas” (violencia terrorista de ETA) era imposible y que la vía “pacifica unilateral” catalana no conduce a la independencia sino a la cárcel; que Europa rechaza tajantemente cualquier tipo de separatismo unilateral por lo que no queda otro remedio que “esposar” al Estado para imponerle su “plan de desconexión” mediante la aprobación de un “nuevo Estatuto de Autonomía” que es más bien la Constitución, la Carta Magna, del futuro Estado independiente vasco, siguiendo la senda que trazó hace trece años el lehendakari Ibarretxe por la que no ha dudado en circular el actual presidente Urkullu ya que ambos “planes” son muy semejantes.
Resulta evidente de que el texto que el gobierno vasco ha llevado a estudio de su parlamento no se trata de una reforma, como hemos dicho (aunque oficialmente tenga tal denominación) pues lo que se propone en realidad es la superación en todos los ámbitos del Estado autonómico para convertir al País Vasco en una entidad política “casi” independiente que no trata de ampliar sus competencia, de dibujar el reparto de las competencias estatales, sino mucho, mucho más: Se pide el reconocimiento por España de la existencia de la Nación Vasca como entidad política y una relación bilateral con el Estado “de igual a igual” sin ataduras jurídicas previas; respecto a la legalidad vigente, la propuesta del PNV se aleja de la línea ilegal adoptada por Cataluña para admitir que existe una “legalidad” estatal que debe ser rebasada para dar un valor relevante y primario a la decisión de la ciudadanía vasca, con igual o superior fuerza a la legalidad vigente; otra exigencia es el “derecho a decidir”, esa patraña semántica que quiere decir, lisa y llanamente, a marcharse de España cuando le venga en gana y le convenga a la mayoría vasca, sin necesidad de referéndum previo; obviamente, también (el PNV) ha hilado fino para que el sujeto político-jurídico vasco borre su nombre actual (Comunidad Autónoma Vasca) para que quede bien claro que ya no pertenecen al Estado autonómico, y lo cambiará por alguno de estos otros: COMUNIDAD FORAL VASCA, COMUNIDAD NACIONAL VASCA, ESTADO AUTONOMO VASCO o ESTADO FORAL (¡casi ná!); tampoco se olvidan de blindar su autogobierno, de tal forma que España no pueda modificar unilateralmente el “Estatuto-Constitución”, ni ser intervenido por el Tribunal Constitucional que, implícitamente, tacha de imparcialidad y falta de objetividad; el sistema judicial será propio (al margen del español), así como la Seguridad Social y las relaciones laborales, la “acción exterior” para representarse en la Unión Europea y ante otras instituciones internacionales, participar directamente en los fondos estructurales, etc.
Otras “lindezas” separatistas son: La titularidad de las infraestructuras y mares territoriales, que nadie (España) pueda controlar su déficit público y por lo tanto su autonomía financiera; abre la más amplia puerta a la posible incorporación, en el futuro, de la Comunidad Foral de Navarra y los territorios del País Vasco francés, y, por último, una petición irrenunciable es el reconocimiento y proyección internacional de las organizaciones sociales, culturales y deportivas vascas, de cara a su plena incorporación a las organizaciones análogas del ámbito internacional.
Como se ve, es la INDEPENDENCIA sin tener que pasar por los incómodos procedimientos que la Constitución Española regula para su propia modificación (y con ella el troceamiento patrio); es exactamente lo que pretendía el más que archifamoso Estatut catalán: Salirse de España por la puerta falsa. Aquél fue abortado (en los artículos separatistas) por el TC, lo que dio lugar al “cabreo” de Arturito Mas y el inicio de la campaña para la Declaración Unilateral de Independencia, atascada en estos momentos por la aplicación del artículo 155.
Si hemos iniciado estos folios diciendo que existe un firme propósito de “acabar con España”, no nos queda más remedio que traer a colación la feroz campaña que contra Franco (y el franquismo) se viene desarrollando desde que Zapatero llegó al poder (Ley de Memoria Histórica), que Podemos y sus confluencias han adoptado como una de sus banderas para “cambiarlo todo” y para pedir (a veces con la mayor claridad) que de una puñetera vez, la generación en la que nosotros militamos, se extinga (espero que sea por obra y gracia del mandato biológico y no por el tiro en la nuca) para que dejemos de votar a las derechas.
Se ha pasado de aquellos relatos sobre el Dictador, comparándolo con un zafio generalote sudamericano, que gozaba las tardes de invierno tras la mesa de camilla casera, tomando chocolate con churros mientras firmaba sentencias de muerte, a borrar la huella de su paso por este mundo, de lo que pudo dejar en cuarenta años de gobierno (malo, regular o bueno, que algo sería bueno, ¡digo yo!). Pensamos (luego continuamos existiendo, como decía el filosofo griego) que esa inquina de toda la izquierda no es tanto por la labor Franco como estadistas como por haber sido durante esas cuatro décadas el adalid de la unión de España, de haber adoptado el escudo de los Reyes Católicos como símbolo de tal unión, al que además adornó con el lema de “UNA, GRANDE y LIBRE”, así como de haber fomentado en la juventud (que ahora ronda o supera los ochenta años de edad) un patriotismo sano, integrador y solidario entre todas las gentes que habitaban esta piel de toro, esta Hispania (tierra de conejos para los griegos) en la que tan cómodos nos sentíamos el noventa por ciento de la ciudadanía cuando murió (en la cama, no lo olvidemos) el “malévolo dictador”.
Es evidente que tras su fallecimiento hemos obtenido la Democracia y que cada cuatro años podemos votar a las personas que nos representan en el Parlamento, pero puede ser que por falta de entrenamiento o por la excesiva producción de “chorizos democráticos”, no hemos estado demasiado acertados ya que “nuestros representantes” se han dedicado a robarnos a manos llenas. Y como a las elecciones siempre se presentan “los mismos perros aunque lleven collares distintos”, o dejamos de votar o continuamos aplaudiendo que, además de tobarnos, nos sodomicen.
El demócrata y además miembro del partido Demócrata estadounidense, Harry S. Truman, Presidente de USA, por su formación religiosa y sus convicciones liberales odiaba a Franco porque (decía) era un asesino que había represaliado a los rojos españoles causando no sé cuantos miles de muertos por fusilamiento (los que parece ser están buscando por las cunetas los de la “Memoria”) cuando él, tan puritano, en Agosto de 1945, apretó el “botón” autorizando lanzar dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas, causando en un par de días más muertes (horribles, por cierto, con el añadido de las secuelas) que en toda la guerra civil española; y los muertos no eran soldados combatientes, sino población civil compuesta principalmente de ancianos, mujeres y niños ¡Hipocresía a la octava potencia! Y si recuperamos lo que opinaba de Franco otro “demócrata de toda la vida”, el señor José Stalin, mientras él facilitaba el comienzo de la II Guerra Mundial al pactar con Hitler (secretamente) que este tuviera carta blanca en Polonia a cambio de que la URSS engullera la mitad del territorio polaco… El angelito Stalin (ex seminarista georgiano) había pasado “por la piedra” a millones de compatriotas que le estorbaban (sus famosas purgas que no eran de aceite de ricino sino de tiros en la nuca o fusilamientos). ¡Y que podemos decir sobre el “timonel” Mao! otro querubín comunista, responsable de la muerte violenta o por hambre de millones de chinos. Aunque las comparaciones dicen son odiosas, Franco al lado de esta gentuza genocida (cuya memoria nadie ha intentado borrar) era una hermanita de la caridad y si ahora su figura, obra y recuerdo se quiere suprimir radicalmente, no es (repito) por su “mal gobierno”, sus “violentas represiones” contra los españoles y su cerrazón católica-política, como por haber sido el símbolo de la UNIDAD de la Nación española.
Voy a finalizar este excesivamente largo ensayo, que seguramente tendré que trocear (como hacen los políticos con las facturas que exceden la cuantía de lo que pueden contratar “a dedo”) para subirlo a Facebook, recordando el libro que en 1934 publicó el intelectual vasco Ramiro de Maeztu titulado “Defensa de la Hispanidad” (que seguramente fue su sentencia de muerte que ejecutaron los rojos en 1936) y la carta que le envió el poeta Antonio Machado al leerlo; voy a entresacar algunas frases: “España ha sido muy poca cosa para un español” “que tal vez ese pensamiento ha sido la causa de la decadencia española”, “que ve difícil que en España se levante una corriente de orgullo españolista, semejante al de otros pueblos”, “tal vez porque nuestro orgullo sea más profundo”, “con la bandera española no entusiasmaremos a nadie”… Franco se atrevió a entusiasmar a la mayor parte de la juventud española con esa bandera, de la que quien esto escribe está muy orgulloso, pues razones poderosas hay para ello.
Si la frase de Bismark es auténtica, esperamos que acertara en su diagnostico y una vez se salve nuestra querida España del acoso y derribo de sus enemigos: Dicha frase dice “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”.
AMÉN.

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