miércoles, 22 de abril de 2009

Memorias de un policía de Sidi Ifni (4/6)

De cómo se inició el relato de la “mili” de Josep Carreras

Un horizonte de aventuras se abría ante el recluta Josep.
Un horizonte de aventuras
se abría ante el recluta Josep.
A finales del mes de Mayo de 2.008, recibí una llamada telefónica de JOSEP CARRERAS MOR. Había leído mi libro de memorias en la Policía de Ifni y me llamó “enchufado” por el destino de que había disfrutado, tras el Campamento de Reclutas, poniendo de relieve que él si había sido un verdadero policía (entre 1.959 y 1.960) y que sus servicios y vivencias eran muy superiores a los míos. Me interesó el tema y desde entonces hemos mantenido muchas conversaciones hasta que finalmente escribió un delicioso (por sincero e ingenuo) manuscrito, que me ha servido para trazar su semblanza.

Un catalán, de Lérida, en la policía de Ifni

Lérida
Lérida
No era precisamente el mejor año para venir al mundo, en aquel 1.937, segundo de la Guerra Civil española, ni tan siquiera a Artesa de Lleida, laboriosa población situada en la comarca del Sagriá, a tan solo 10 Km. de la capital, cuyos habitantes se han dedicado mayoritariamente a la agricultura de regadío, gracias al caudal del canal de Urgell, y a la cría de ganado bovino y porcina. El vendaval bélico y revolucionario había llegado, incluso, a profanar la majestuosa iglesia parroquial y la ermita de San Ramón. Pero su madre y la naturaleza dispusieron que Josep Carrera Mor viera la luz en tan hacendoso pueblo y que el año estuviera unido a su futuro, pues quedó marcado para ser reclutado como soldado. El paso del tiempo llevaría a aquel niño a una Caja de Reclutas y de esta al Grupo de Policía “Ifni nº 1”. Pero, no anticipemos acontecimientos.
Tenía en aquella época Artesa unos ochocientos habitantes, y tras finalizar la fraticida guerra que durante tres años enzarzó a unos hermanos contra otros, divididos por sus ideas políticas, la vida del pueblo (como en otros lugares de España) tuvo un retroceso respecto a tiempos anteriores o, para ser más suaves, un avance económico y tecnológico muy lento. Las infraestructuras para las comunicaciones, comercio y educación eran las más elementales, por lo que Josep tan solo pudo acudir a la escuela básica en donde el maestro enseñaba parcamente aquello de leer, escribir y las cuatro reglas de aritmética, y enseguida a ayudar a los mayores en las tareas del campo que, al cumplir los 14 años ya no eran ayudas, sino un trabajo de adulto por el que se pagaba un jornal de quince pesetas diarias. La herramienta, como es lógico, un azadón regalo del padre, buen labrador y mejor persona que no le podía dar otro porvenir que la tierra que tan amorosamente había cultivado siempre, con jornadas de sol a sol. Josep, desde los diez años de edad hasta los catorce en que empezó a trabajar “en serio”, mostrando la vena de superación que no le ha abandonado nunca, intentó por sus medios completar su educación mediante una enciclopedia en la que su hermano mayor había estudiado cuatro años antes.
Aquí enlazaremos el año de su nacimiento (1.937) con el inicio de su historia militar, veinte años después. La Caja de Reclutas de Lérida, previo sorteo público en el patio del cuartel de Gardeny, dictó sentencia inapelable: Los tres primeros de la lista, son destinados al Sahara, y los siguientes, números 4, 5 y 6 a la Policía de Ifni, entre los que, claro está, se hallaba Josep.
Querer reflejar por escrito las impresiones de un chico de 21 años ante la noticia de tan lejano destino, es sumamente difícil. Empezando porque Josep no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba enclavado Ifni (algo relativo con los moros, es al máximo que llegaba), por lo que, en el fondo, estaba tranquilo. La tranquilidad no fue, precisamente, el clima que encontró al volver a su pueblo ya que la madre lloraba desconsoladamente, su padre aparentaba tranquilidad, pero la “procesión” iba por dentro, y algunos vecinos, para terminar de arreglar el asunto, hablaban de que en Ifni había guerra con los moros. Cuando uno es muy joven, no ha salido apenas de su pueblo, ha visto películas bélicas y leído novelas y tebeos de tal género, piensa que tiene por delante un año y medio de aventuras y ¡puñetes!: Sí hay que ir a la guerra, pues, ¡Iremos a la guerra!... En esto, convendría añadir: ¡Vale!, si la guerra es como la de las películas, en la que el bueno (el chico) nunca muere, y si le pasa algo, es una herida, no muy grave, de la que le cuidará una guapa enfermera.

El viaje hasta Sidi Ifni

Locomotora a vapor típica de los años 60.
Locomotora a vapor típica de los años 60.
Las angustias de los padres y los sueños del recluta duraron pocos días, ya que pronto llegó la citación oficial para concentrarse en la capital, a la que Josep acudió con la clásica maleta de soldado, llena de comida y con una poca ropa; en el bolsillo escasas pesetas. La compañía del padre durante todo el día hasta que a las seis de la tarde el tren se lo llevó con dirección a Tarragona, en compañía de otros reclutas que tenían su mismo destino, era como una prorroga momentánea de la larga separación que les esperaba. En el andén, cuando arrancaba el tren, vio llorar a su padre tras darle un estrecho abrazo. Nunca había visto, anteriormente, una lagrima en aquellos ojos. El recio labrador ilerdense, con un brazo en alto, saludando, era la viva imagen del abatimiento paternal. Sobra, por lo tanto decir, que a Josep le dio un vuelco el corazón. Pero había que sobreponerse, porque la juventud y la aventura iban de la mano aquel día de Marzo de 1.959, en un tren desde Lérida a Tarragona, rumbo a lo desconocido.
La imperial Tarraco.
La imperial Tarraco.
La Imperial Tarraco acogió a los reclutas con destino a Ifni y a la vecina provincia del Sahara Occidental, en un cuartel viejo y destartalado, en donde los “veteranos” se dedicaron a darles la bienvenida con el consabido “bee, bee, beee” dedicado a los borregos. La capital que vio pasar por sus calles a las Legiones romanas, ahora iba a contemplar el cansino paso de aquellos mocetones, cargados con sus maletas con dirección a la estación del ferrocarril para reunirse con los compañeros procedentes de Barcelona, y todos rumbo a Valencia, en donde se irían incorporando nuevos reclutas hasta el final del viaje por tierra, fijado en la ciudad de Cádiz.
Cuando uno ha pasado por el “trago” de la despedida de la familia y han transcurrido unas horas de viaje, casi se es un veterano en tales lides. Por eso, cuando te asomas a la ventanilla, en una estación (la de Valencia, en este caso) y ves a un joven, con los padres y novia, todos estrechamente abrazados, la sensibilidad y la emotividad te sube desde el corazón a los labios, y cuando aquel muchacho, de tu edad, al subir al vagón resulta que también va destinado al Grupo de Policía de Ifni, un infinito deseo de iniciar un lazo amistoso con aquel ser, que va a compartir tu aventura y fatigas. Izquierdo, que así se llamaba el joven, vecino de Mislata, al enviar un postrero saludo a sus familiares exclamó un ¡Volveremos!, que se convirtió en el deseo íntimos de todos los expedicionarios. Era el primer amigo, ya no estaba solo.
 El Estadio Ramón de Carranza en el que fueron “alojados”.
 El Estadio Ramón de Carranza
en el que fueron “alojados”.
Cádiz era, en la época de nuestra narración, el lugar de paso de cuantos quintos o repatriados iban o volvían del África española e incluso de las Islas Canarias, y los transeúntes eran alojados donde se podía. A los catalanes de aquel tren que habíamos visto iniciar su trayecto en Lérida, les tocó ir al “fútbol”, pero sin balón ni jugadores. Los metieron en el estadio Ramón de Carranza, en donde (graderíos y césped) tuvieron que pasar tres días, ya que el navío en que tenían que embarcar lo estaban reparando.
Se trataba del “anciano” Marques de Comillas. Todas las tardes les dejaban salir de “paseo”, y como borregos que eran se encaminaban en tropel al barrio de las rameras, cuyas tabernas se llenaban de aquellos jóvenes ruidosos y alegres que por muchos meses iban a dejar de ver a chicas como aquellas que les atendían, a las que, los más osados (ocho o diez manos a la vez) les levantaban las faldas, manoseándolas y causando la risa fácil de los presentes. Risas y bromas iban a terminar pronto ya que, tras un ligero examen médico (pasar por pantalla de Rayos X y poco mas), el 19 de Marzo, festividad de San José, la manada de “borregos” fue estabulada, a primera hora de la mañana en el (como ya se ha dicho anteriormente) venerable “Marqués de Comillas”.
El “Capitán Mayoral”.
El “Capitán Mayoral”.
A última hora de la tarde, desembarco sin ninguna explicación (se decía que al mercante aún no le habían terminado una reparación) y a pasar otra noche, al raso, en el estadio de fútbol, para otra vez, volver al barco, que enfiló la bocana del puerto al siguiente día 20 de dicho mes de Marzo y rumbo Sur, hasta Santa Cruz de Tenerife, donde descendieron gran cantidad de reclutas, continuando el lento trayecto hasta Las Palmas de Gran Canaria, donde bajaron todos. Misterioso proceder del Ejército que lleva a aquella manada de infelices reclutas, de puerto en puerto, montados en un desvencijado “cascarón”, sin casi comer ni beber, con el mareo propio de los neófitos marineros. Como su destino es callar y obedecer, aquella caterva de peninsulares peregrinos fue transportada a un Cuartel de Transeúntes (lleno de parásitos, como todos), para pasar un par de días de ansiedad y zozobra, hasta que finalmente, los mozos con destino a Ifni fueron metidos en un barquito, mitad de pesca, mitad carguero (el “Capitán Mayoral”) que era como un corcho flotando en aquel embravecido océano.
Playa de desembarco en los años 50.
Playa de desembarco en los años 50.
No se hundía pero se balanceaba de tal manera que a los diez minutos de travesía todos los jóvenes estaban en las barandillas de la nave, con la cabeza asomada, a sotavento (como está mandado), devolviendo más de lo que se les había dado de comer, hasta el momento, si tal cosa es posible. Tres días en esas circunstancias es mucho tiempo, por lo que cuando se dice que se ha llegado a la plaza de destino, no importa que no haya puerto, ni que las olas azoten con fuerza la embarcación. Se tiene unas ganas inmensas de pisar tierra firme sin reparar en las circunstancias y peligros que tal acto puede comportar. Pero como el Atlántico es como es, tras setenta y dos horas de espera en alta mar, como el temporal no aflojaba y las provisiones se terminaban, el capitán de la embarcación tuvo que dar la orden de regresar a Las Palmas y, vuelta a empezar el periplo, hasta que finalmente pudieron retornar y llegar a la playa de Ifni trasbordados por los anfibios conducidos por moros (muchos de los reclutas eran los primeros que veían en sus vidas).
CONTINUARÁ...

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