lunes, 30 de abril de 2018

Las tribulaciones de un español de la primera mitad del siglo XX en la España del siglo XXI. Reflexiones biológicas y morales (1/2)

Reseña Histórica de la ciudad de Alicante.
Reseña Histórica de la ciudad de Alicante.
Como el "rollo" que estoy escribiendo es demasiado largo y os cansaría más de lo debido, lo he divido en DOS PARTES. Ahora os pongo la PRIMERA, algo muy conveniente porque si no os gusta os podréis ahorrar la segunda y dedicar el tiempo a algo más interesante que a estas pijaditas mías. Esta concretamente se debe a estar despierto desde las 4 por culpa de uno (o varios) mosquitos a los que no he sido capaz de dar caza. En cualquier caso, os pido perdón.

Releyendo la “Reseña Histórica de la ciudad de Alicante”, escrita por Nicasio Camilo Jover en 1863 fabulo sobre lo que pensarían (con infinito asombro) los habitantes de sus 3.900 edificios, 161 calles, 17 plazas y tres grandes arrabales si los pudiéramos trasladar al Alicante actual en el que los “indígenas” casi han sido superados por los foráneos (moros, negros, chinos, británicos, alemanes, suecos, noruegos, paquistaníes, rusos, balcánicos, rumanos, búlgaros, turcos, etc.) y las costumbres morales, la religiosidad, el patriotismo, el recato público en el vestir y en el desnudarse en público, muy acentuado en los establecimientos de baño de la playa del Postiguet, han desaparecido por completo.
Es, pues, una mera fabulación, un imposible, retrotraernos a 1863. Sin embargo a quienes se nos ha dado el privilegio de vivir desde finales de los años treinta del pasado siglo XX hasta este año del Señor de 2018 y conservamos la memoria casi intacta y un buen numero de neuronas todavía funcionando con un rendimiento que se puede calificar de excelente, si que tenemos la posibilidad de realizar una narración objetiva de cuánto hemos visto y vivido de forma presencial, sin influencias de la TV (no la había) ni de tertulias políticas en la Radio (no las había, solo discos “dedicados” en la emisora local o muy frecuentemente a través de Radio Andorra) y aunque había una emisora llamada “Radio España Independiente. Estación Pirenaica” era tan mentirosa que hasta el nombre era falso, pues no estaba instalada en los Pirineos sino en Bulgaria, estado satélite de la URSS. Para muestra, un botón: Habiendo estado una semana en Madrid para opositar a unas plazas del Ministerio de Justicia en 1958 al volver a Alicante se me ocurrió conectar con “la Pirenaica” en nuestro voluminoso Telefunken dotado de “ojo mágico” y me “enteré” que en esos días por donde yo había transitado (Puerta del Sol, Gran Vía, calle Castaños y Plaza de Paris donde estaban los Juzgados y el Tribunal Supremo en una de cuyas salas se efectuaban los exámenes) habían ocurrido gravísimos disturbios, con huelgas, barricadas, luchas entre obreros, estudiantes y la policía y no sé cuantas barbaridades más ¡Jamás volví a sintonizar la emisora de marras! En 1977, en el transcurso de una conferencia que en la Universidad de Barcelona dio Jordi Solé Tura (quien después fue ministro con Felipe González) sobre Nicolás Maquiavelo y su obra el Príncipe, salió a colación de que él había sido uno de los locutores de aquella emisora desde Bulgaria y que los “bulos”, “mentiras y todo tipo de “patrañas” que podían inventar y difundir a través de las ondas podían acomodarse al maquiavelismo de que el fin justifica los medios, vamos aquello de “todo es bueno para el convento, decía un fraile, y llevaba una puta a la espalda”.
Decimos que nos parece estar poco o nada contaminados políticamente de directrices franquistas por los medios de comunicación (muy escasos y muy “sosos”) y mucho menos en la escuela (en los Maristas, si en lo religioso, de lo que me alegro) o en el Instituto donde se estudiaba “de verdad” si querías acceder a una beca y la asignatura de (me parece que se llamaba así) “El Espíritu Nacional” era una “maría” que aprobaba todo el mundo y en la que solo tuvimos un profesor debidamente formado en la Escuela de Mondos de Falange, pues los demás eran excombatientes de la Guerra Civil que se dedicaban a contarnos anécdotas de trinchera, como se comían las ratas asadas cuando no existían otras proteínas que llevarse a la boca, y poca cosa más. Con decir que en un examen escrito una pregunta era donde había muerto fusilado José Antonio y yo contesté que en Gijón (aún me avergüenzo) en vez de Alicante, ciudad a la que fui a vivir años después y la ventana de mi habitación daba a la tapia del patio de la enfermería de la Prisión en la que se produjo su asesinato.
¡Cuán gritan esos malditos! (así empieza la “machista” obra Don Juan Tenorio, de Don José Zorrilla) y yo quería decir ¡Cuán gritan esas “benditas” feministas! (no digo malditas, aunque lo pienso, pues no quiero ser crucificado: Ni soy Jesús, ni lo pretendo).
Mi primera reflexión dentro de las tribulaciones que vengo padeciendo, casi, casi del mismo calibre que las de Kin-Fo y su amigo Wang en Shanghái, recogidas por Julio Verne en su novela “Las tribulaciones de un chino en China”, es de carácter biológico, del papel de los hombres y las mujeres (vamos a dejar al margen, de momento, a los “mediopensionistas”) a lo largo de lo que conocemos desde la Prehistoria, del rol que ambos sexos han desempeñado a lo largo de tantos y tantos siglos, tanto si lo contemplamos desde el panorama bíblico (“CRECED Y MULTIPLICAROS”) como desde un plano científico del darwinismo (evolución de las especies, supervivencia de las más fuertes en detrimento de las más débiles). Se mire por donde se mire los seres humanos hemos llegado hasta aquí, al siglo XXI, debido a que el sexo ha servido (y sirve) para la procreación, para la conservación de nuestra especie mediante la transmisión de nuestros genes. Que el “barniz” de la civilización haya disimulado el imperativo biológico en el que nos movemos dándole un aspecto más espiritual y menos carnal (romanticismo, amor, fidelidad, compañía, crianza de la prole…) no evita que, en un principio, el macho (más fuerte físicamente) eligiera una hembra y se la llevara a rastras a su caverna (así lo dibujaban los tebeos de nuestra época cuando evocaban la llamada de Piedra) en donde nacían los hijos, que criaba la mujer con su leche y dedicación (no habían guarderías, pediatras ni hospitales infantiles) a la vez que cuidaba del fuego del hogar, mientras que el hombre iba a cazar o recolectar frutos para alimentarse todos… Así fue durante miles y miles de años. El momento actual es tan solo una gota en el océano de la vida del planeta Tierra, por mucho que nos empeñemos en creer que es el ombligo terrenal en el que debemos mirarnos.
Ese rol de inferioridad femenina debido seguramente a requisitos biológicos que se inician con el embarazo, el parto y la crianza de la numerosa prole (una criatura por año, pues la mortalidad infantil exigía “camadas” abundantes si se quería preservar la especie ha subsistido casi hasta nuestros días y ha sido dichosamente superado gracias a los avances técnicos que han liberado a las mujeres de una “esclavitud” física, moral e intelectual que le había impedido desarrollar su personalidad intelectiva por el lastre de su biología femenina que, finalmente, ha podido dejar a un lado. Lo malo (siempre hay una cara buena y otra mala, en todas las cosas) como diremos después, es que una parte importante de esas mujeres (o por lo menos, las que más gritan) le quieren dar una vuelta tan completa a la tortilla que pretenden anular los imperativos biológicos de la especie humana, los instintos reproductores mal disimulados por esa bonita pintura llamada civilización (muy hipócrita, por cierto) pero que están latentes, vimos y siempre dispuestos a decir ¡aquí estoy yo! ¿Qué el sexo, desprovisto de romanticismo o amor, se ha convertido en una fuente de placer? Bueno, algunas especies de simios han podido ser observados con esa misma conducta… Pero las cigüeñas o los pingüinos entre otros animales (por ejemplo) se emparejan de por vida y actúan como los humanos de la edad de piedra: uno cuida a las crías y otro va a buscar alimentos… No hemos superado nada; continuamos estando atados por las leyes naturales del nacimiento, desarrollo, procreación, cuidado de los descendientes, decadencia y desaparición física después de haber transmitido nuestros genes.

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